El periodismo ha cambiado con los años, pero algunas historias permanecen como huellas indelebles en la memoria colectiva. Esta es una de esas historias. Hoy quiero rendir homenaje a un amigo cuyo nombre resuena en los pasillos del riesgo, la valentía y el sacrificio:Gino Sánchez Laíno.
,un reportero grafico que, con su cámara y su espíritu intrépido, capturó los momentos más crudos de nuestra historia, hablo de la época en que el orden publico se recrudeció en el departamento de Sucre y la violencia se concentraba, específicamente en los pueblos de los Montes de María y otras regiones de Córdoba y Bolívar, enfrentando de cerca los peligros constantes que amenazaban su vida y las amenazas de muerte por buscar la verdad de los hechos.
Conocí a Gino en uno de los períodos más tensos y peligrosos que podamos imaginar, cuando cada día era una partida de ajedrez entre la vida y la muerte. Las amenazas, la incertidumbre y la constante presencia del peligro eran nuestra realidad. Sin embargo, nunca dudó.
Como compañero de trabajo, puedo decir con certeza que pocas veces he conocido a alguien tan comprometido con la verdad, tan dispuesto a enfrentarse a la muerte con tal determinación. En esos días, la misión era clara: contar la historia, aunque el precio fuera la vida.
Recuerdo claramente el sonido del beeper, que nos sacaba del letargo y nos lanzaba a la acción. En aquella época, antes de la inmediatez de las redes sociales, la información llegaba con una cadencia mucho más lenta. No sabíamos qué nos esperaba al doblar una esquina ni qué historia tendríamos que contar. La cámara pesada colgando de su hombro y los cassettes 3/4 de 30 minutos eran nuestras únicas herramientas. Gino, con un ojo en el lente y el otro en el horizonte, tomaba decisiones en fracciones de segundo, eligiendo qué capturar y qué dejar atrás. Cada segundo contaba.
“Esto es peligroso, compadre, pero vamos pa’ lante”, me decía a menudo, consciente de que el riesgo era enorme, pero sabiendo que la verdad y el compromiso con los noticieros y la audiencia era responsabilidad nuestra.
En medio del conflicto armado, cuando guerrilleros, paramilitares y fuerzas del Estado se enfrentaban sin piedad, Gino no era solo un camarógrafo: era un corresponsal de guerra, al igual que nosotros, los reporteros. Juntos, nos adentrábamos en el caos, buscando la verdad detrás de los disparos y las explosiones. Su capacidad para mantenerse firme, incluso en los momentos de mayor incertidumbre, era admirable. Nunca perdió la calma. Siempre estaba enfocado en su misión: capturar imágenes que narraran la cruda realidad, sin adornos ni censura.
Recuerdo especialmente un día que marcó un antes y un después: sin saberlo, la cámara de Gino capturó el rostro de un jefe paramilitar, poniéndolo en grave peligro. Con pistola en mano, lo obligaron a borrar el material. «Ese día me salvé de milagro», me contó, mientras la amenaza de muerte se cernía sobre él con cada toma.
Uno de los momentos más difíciles de su carrera fue la cobertura de la masacre de Chalán, en Sucre, cuando once policías fueron asesinados en un ataque brutal con un burro bomba. En ese instante, como periodistas, nos encontrábamos entre la vida y la muerte, con el caos y el peligro acechándonos en cada esquina. La tensión era palpable, pero Gino, como siempre, mantuvo la calma. Solo había dos cámaras para ocho reporteros, y la presión era insoportable. Las imágenes debían enviarse por microondas desde Sincelejo, un proceso lento y arduo. Sin embargo, Gino no se detuvo. Sabía que esas imágenes tenían que llegar al país.
Foto | Santiago Pérez
Con aquellas cámaras 3CCD, pesadas y rudimentarias, logró capturar las imágenes que no solo informaron a la nación, sino que también quedaron grabadas en la memoria colectiva de todos los colombianos. Esa cobertura se convirtió en un testimonio irrefutable de la verdad, que no podía ser ignorado. Eso ocurrió hace ya 29 años.
Hoy, al mirar atrás, me siento afortunado de haber trabajado junto a alguien tan excepcional. Un hombre que, a pesar de todas las adversidades y sacrificios, siempre se levantó con dignidad. Su pasión por el periodismo nunca se apagó. Incluso cuando dejó los medios nacionales y regionales para fundar su propio canal de televisión en Sincelejo, su tierra natal, Gino siguió siendo fiel a su misión de contar la historia. Con un viejo carro, creó la primera unidad móvil de la región, desafiando todas las dificultades económicas y logísticas para mantener vivo su sueño de informar a través de las imágenes.
Sin embargo, como en todos los sectores, los vientos del cambio llegaron de manera inesperada. La pandemia de COVID-19 devastó los medios tradicionales, arrastrando a muchas estaciones de televisión y emisoras de radio. Pero Gino no se rindió. En lugar de ceder ante la adversidad, se reinventó. No podía quedarse con los brazos cruzados. Se subió a una moto y se convirtió en mototaxista. A primera vista, un cambio radical. Pero para él, era otra forma de mantener vivo su espíritu de lucha. Hoy, recorre las calles de Sincelejo en su moto, y aunque ya no esté tras las cámaras, sé que su corazón sigue siendo el mismo. La pasión por contar historias, por capturar la realidad, nunca se apaga.
Gino Sánchez Laino no solo fue un camarógrafo excepcional, sino también un hombre que vivió con valentía, que desafió el peligro en nombre de la verdad y que nunca dejó de luchar por capturar las imágenes que necesitábamos como reporteros. Hoy, su legado sigue vivo, no solo en las imágenes que capturó, sino también en su ejemplo de resiliencia y determinación.
Como testigo fiel de la historia, Gino nos enseñó que no solo se cuenta la historia con palabras, sino también con imágenes. Gracias, Gino, por ser parte de nuestra memoria colectiva, por ser un testigo incansable de la verdad. Tu trabajo continúa inspirándonos a todos los que tuvimos el honor de compartir contigo este viaje en busca de la verdad.
Periodista de Radio, Prensa y Televisión con más de 30 años de experiencia | Apasionado por contar historias y llevar la verdad a través de los medios.