La Universidad de Sucre, uno de los pocos patrimonios institucionales que aún conserva el departamento, atraviesa una grave crisis ética en su proceso de elección del nuevo rector. Amparados en una interpretación laxa de la autonomía universitaria, algunos actores han convertido este derecho en un escudo para prácticas irregulares que manchan la esencia de la educación pública.
El rector saliente, Dr. Jaime de la Ossa, llegó al cargo con el respaldo de quienes confiaban en su conocimiento interno de la institución. Sin embargo, al optar por la reelección, se desdibujó su liderazgo. Para mantenerse en el poder, terminó entregando el 70% de la burocracia universitaria a su padrino político, debilitando su autoridad y permitiendo que decisiones claves, como la designación o retiro de docentes, vinieran dictadas desde despachos externos, incluso sin respetar perfiles académicos mínimos.
La actual elección del rector ha estado marcada por tutelas, manipulaciones y una presión tan evidente que el propio Ministerio de Educación Nacional intervino, solicitando a la Universidad abstenerse de avanzar en el proceso hasta tanto no se emitiera un pronunciamiento oficial. Sin embargo, la Universidad hizo caso omiso, escudándose en su autonomía, lo que permitió que el proceso siguiera su curso, contaminado por la politiquería y la disputa por el presupuesto.
El daño es profundo. La Universidad de Sucre, que debería ser faro intelectual de la región, está hoy eclipsada por una élite que se impone ante la apatía de una mayoría silenciosa. Este no solo es un golpe a la institucionalidad, sino un mensaje devastador para los estudiantes y la sociedad: que el mérito ha sido desplazado por los intereses.
El Dr. Jaime de la Ossa, que prometía representar las entrañas mismas de la Universidad, se va dejando una estela de desilusión. Otro hijo que le falla a su Alma Mater, a los jóvenes de Sucre, a los padres de familia y a una región que no puede costear universidades como la de Córdoba, la Nacional o CECAR —esta última, por cierto, con mejores niveles de infraestructura, calidad académica y una gestión transparente.
La suerte está echada. Todo indica que el Consejo Superior elegirá al peor rector de la historia reciente, consumando así la victoria de los politiqueros sobre la esperanza de una Universidad realmente autónoma, libre y al servicio del conocimiento.