Este 14 de septiembre, Riohacha cumple 480 años de fundación, una efeméride que invita a reflexionar sobre el peso histórico, cultural y social de esta ciudad caribeña que, más allá de su geografía privilegiada, representa la síntesis de la diversidad que caracteriza a Colombia. Riohacha no es solo la capital de La Guajira: es un símbolo de resistencia, mestizaje y riqueza cultural que ha sobrevivido a las inclemencias del tiempo, a las dificultades socioeconómicas y a las tensiones propias de su ubicación fronteriza.
Fundada en 1545, Riohacha nació como puerto estratégico para la Corona Española, primero como punto de intercambio y posteriormente como bastión militar frente a las incursiones de piratas y corsarios. Desde aquellos días de pólvora y comercio clandestino, la ciudad fue escribiendo su destino en medio del choque de culturas, siendo testigo de la llegada de los europeos, el sufrimiento de los pueblos indígenas wayuu y la fuerza de los afrodescendientes que contribuyeron a levantar la región. Hoy, casi medio milenio después, aquella mezcla originaria sigue latiendo en cada rincón de su gente, de sus costumbres y de sus expresiones artísticas.
Riohacha es también reflejo del carácter del pueblo guajiro, marcado por la dignidad y el sentido de pertenencia a un territorio que exige respeto. Su condición de ciudad fronteriza con Venezuela le ha otorgado un protagonismo particular en los últimos años, convirtiéndola en epicentro de flujos migratorios, desafíos humanitarios y oportunidades de integración. Allí, en medio de crisis y necesidades, se manifiesta la hospitalidad de su gente, que, pese a sus carencias, nunca ha dejado de tender la mano.
Pero más allá de sus dificultades, Riohacha se erige como faro cultural del Caribe colombiano. El vallenato, en sus formas más puras, ha encontrado en la sabana guajira una fuente inagotable de inspiración; las artesanías wayuu, especialmente las mochilas, se han convertido en emblemas nacionales e internacionales de identidad; y las festividades locales —como las Fiestas de la Virgen de los Remedios, patrona de la ciudad— son manifestaciones de fe y tradición que unen a propios y visitantes en torno al fervor popular. Cada detalle de su cultura encarna la fuerza de un pueblo que, aun en la adversidad, nunca renuncia a su alegría.
El mar Caribe, que baña sus costas, no es solo paisaje, sino historia viva. Sus playas, desde el malecón de Riohacha hasta los paradisíacos parajes de Mayapo, Manaure y Cabo de la Vela, son testigos de la lucha diaria entre el progreso y la conservación ambiental. Hoy, cuando el cambio climático amenaza con alterar los equilibrios de sus ecosistemas, la defensa de la naturaleza se convierte en un deber patriótico y moral para quienes habitan y gobiernan este territorio. Riohacha no puede concebirse sin su mar, sin su desierto, sin sus palmeras que acompañan cada amanecer.
En estos 480 años, la ciudad ha sido escenario de múltiples transformaciones políticas y sociales. Pasó de ser un puerto codiciado por imperios a convertirse en capital departamental, llamada a liderar el desarrollo de una región que, pese a ser una de las más ricas en recursos naturales, enfrenta rezagos en infraestructura, salud, educación y servicios públicos. Este aniversario debe servir como llamado urgente a la unidad de las autoridades locales, el Gobierno Nacional y la sociedad civil para hacer de Riohacha una ciudad moderna, sin perder sus raíces. La inversión en la niñez guajira, en la juventud y en los pueblos indígenas es quizá la deuda más grande que aún persiste.
Sin embargo, lo que más resalta al mirar la historia de Riohacha es la resiliencia de su gente. El guajiro sabe sobreponerse a las adversidades, ya sean sequías, crisis económicas o abandono estatal. Con orgullo defiende su tierra, su idioma wayuunaiki, su música y sus tradiciones. Esa capacidad de resistir y renacer, una y otra vez, es el verdadero patrimonio intangible de la ciudad.
Hoy, cuando Riohacha llega a sus 480 años, corresponde rendir homenaje a sus ancestros, a sus poetas y cantores, a sus artesanos, a sus pescadores y a todos aquellos que, con esfuerzo silencioso, han mantenido viva la identidad de esta tierra. Más allá de las estadísticas, Riohacha representa un corazón que late al ritmo del viento guajiro, del tambor y del acordeón.
La efeméride que hoy celebramos no puede quedarse en actos protocolares ni en discursos de ocasión. Es la oportunidad de mirar hacia adelante con orgullo y compromiso, de reconocer que el futuro de Riohacha depende de la capacidad colectiva de valorar lo propio y de proyectarlo al mundo. Que este aniversario sea el inicio de un nuevo ciclo en el que se reconcilien tradición y modernidad, campo y ciudad, mar y desierto, para que Riohacha siga siendo esa perla del Caribe que ha sabido brillar durante casi cinco siglos. Porque 480 años no son solo memoria: son también esperanza.