Entre la alegría de los carnavales y el déficit fiscal, la ciudad enfrenta una encrucijada que podría hipotecar su estabilidad económica y social.
A mitad del mandato del alcalde Yahir Acuña, Sincelejo atraviesa una de las crisis fiscales y administrativas más profundas de los últimos años, según los más recientes informes del Ministerio de Hacienda. Mientras las finanzas se desangran, las fiestas, desfiles y eventos públicos siguen marcando la agenda del gobierno local, en una contradicción que deja al descubierto la desconexión entre la realidad económica y la narrativa oficial.
El Informe de Viabilidad Fiscal Territorial 2024, divulgado por el Ministerio de Hacienda, confirma que Sincelejo enfrenta un déficit fiscal de $120.518 millones, más del doble de lo reportado por la Alcaldía a finales de 2024.
A este panorama se suman un déficit presupuestal de $37.852 millones y un faltante de tesorería de $54.768 millones, de los cuales más del 95% provienen de los ingresos corrientes de libre destinación, es decir, los recursos destinados a cubrir el funcionamiento diario del municipio.
Estas cifras reflejan una fragilidad financiera alarmante, donde el gasto público supera la capacidad real de financiación, comprometiendo el desarrollo de programas sociales, infraestructura y servicios esenciales.
- Fiestas en medio del desequilibrio financiero
Pese al sombrío panorama económico, las fiestas, carnavales y eventos deportivos no se han detenido. Mientras los números rojos crecen, la administración parece apostar por la “felicidad pública” como anestesia fiscal. Esta paradoja plantea un cuestionamiento inevitable: ¿Cómo puede una administración invertir en celebraciones cuando enfrenta un déficit superior a los 120 mil millones de pesos?
El populismo festivo ha reemplazado la planificación responsable, y el brillo de las luces ha opacado el debate sobre el uso eficiente de los recursos públicos.
El presupuesto aprobado para la vigencia 2026 podría estar viciado de origen, pues se habría elaborado con base en cifras desfasadas de 2024. Esto, según denuncias de analistas locales, desconoce la verdadera situación fiscal del municipio.
De confirmarse, el Acuerdo 354 de 2024, que adoptó el presupuesto general, evidenciaría una desconexión preocupante entre la planeación financiera y la realidad económica de Sincelejo.
Ante esta crisis, los organismos de control y el Concejo Municipal parecen mantener un silencio institucional. Lejos de ejercer un control político riguroso, la corporación ha funcionado como notaría de las decisiones del Ejecutivo, avalando proyectos sin una revisión técnica ni financiera exhaustiva.
La ausencia de control es cómplice. No se trata de obstaculizar la gestión, sino de cumplir con la responsabilidad de vigilar el uso de los recursos públicos.
Mientras tanto, los debates públicos se centran más en reinas y carnavales que en los informes financieros o los estados de deuda municipal, debilitando la democracia local y dejando a los ciudadanos sin respuestas claras sobre el destino de sus impuestos.
En las calles de Sincelejo suena la música de las festividades, pero en sus barrios crece el desempleo, la pobreza y la desconfianza ciudadana. Las inversiones sociales se estancan, los proyectos estratégicos no avanzan y los servicios públicos se deterioran.
El discurso oficial repite que “todo está bajo control”, pero la realidad es otra:
- Los recursos de libre destinación están agotados.
- El déficit sigue aumentando.
- Y la deuda amenaza con hipotecar los próximos años del municipio.
Sincelejo no necesita más celebraciones, sino planificación, austeridad y rendición de cuentas. La ciudad requiere un plan de ajuste fiscal realista, con metas claras, seguimiento público y responsabilidad política.
Asimismo, es necesario que Contraloría, Procuraduría y Fiscalía intervengan con rigor para garantizar la correcta ejecución del presupuesto y evitar que se siga normalizando la improvisación administrativa.
Sincelejo merece más que un gobierno de titulares alegres y cifras preocupantes. Necesita una administración coherente, capaz de entender que la verdadera fiesta es la del progreso compartido, no la del gasto desbordado.
El alcalde Yahir Acuña aún está a tiempo de corregir el rumbo, pero debe empezar por reconocer la gravedad del problema y actuar con responsabilidad. Ignorar la crisis o disfrazarla con música y color sería condenar a la ciudad a un futuro hipotecado que pagarán las próximas generaciones. Porque, al final, no hay tarima que soporte el peso de la incoherencia ni fiesta que oculte una quiebra.



