Anoche cerré un ciclo en mi vida. Gané el premio de la Alcaldía de Sincelejo a toda una vida consagrada al periodismo. También lo cerré en el Mariscal Sucre. Es un triunfo agridulce. Gano, pero pierdo. Ya no estaré en la lista de concursantes. Dejo un record que muy seguramente algunos que vienen atrás superarán si se lo proponen.
Enfrentar a los colegas siempre duele. Pero esta es una competencia leal y de méritos. Para mí se acabó el queso y habré de buscarlo en otra parte. Son nueve Mariscal Sucre y ocho de la Alcaldía, más los premios nacionales en radio, prensa, TV, internet y literatura. Once libros, varias antologías nacionales e internacionales. No me siento viejo, pues aún no llego al piso seis, pero allí, con la fuerza de Dios y la familia, seguiré trabajando por la memoria de la región, donde creo que está mi fortaleza.
No ha sido fácil, porque a veces a quien uno le tiende la mano, termina siendo su peor opositor. A veces sucios, rastreros, pero el tiempo es justo, las aguas buscan su nivel y la historia pone a cada quien en su puesto. Uno de aquellos a quien uno le tiende la mano, terminan diciendo que en Sucre ningún periodista merece un premio a consagración. Ninguno. De pronto porque algunos se prestaron para recoger los periódicos en los puestos de venta, cuando salía una noticia que no le convenía a sus patrones, hoy en las cárceles.
Anoche, en el nerviosismo que despierta el concurso- nadie quería perder y nadie se cansa de ganar- mi gran favorito era mi compadre Domar Gutiérrez Alandete, uno de esos talentos salidos de lote, un presentador de televisión inigualable, improvisador, excelente voz, buen registro, locuaz, conversador, pero de pronto entregado al establecimiento y despreciando un futuro en México u otro país, pero que él quiso entregárselo a su tierra.
Creo que queda en turno para ganar. No sé quien presentó su perfil. De todos modos creo que el jurado no debía saberlo, porque es un concurso local. Antes de ser el gran periodista que es, mi compadre del alma fue vendedor de rifas. Me recuerda mi compadre Silvio Cohen, que alguna vez hizo una fortuna rifando un auto, cuyo número nunca cayó en el público durante cinco sorteos. Lo que hacía era cambiarle de pintura y volverlo a rifar, hasta que lo llevó a Monte Líbano, arrastrado por una zorra, donde al fin resultó un ganador.
Mis casi cuarenta preseas en mi actividad son el resultado de la insistencia. No hago más que periodismo. No vendo cuñas ni hago otra cosa.
Mi preparación no fue en matemáticas ni en castellano. Mis padres me enseñaron valores. Cuando terminé el bachillerato cometía centenares de pifias ortográficas en un dictado. Por eso me fui al Instituto Parras Paris del Carmen de Bolívar a pulirme un poco en eso y en ese mismo año viajé a La Mojana, donde decidí estudiar periodismo, al encontrarme en La Guaripa el espíritu de Gabito. Allá me despunté en el arte del amor y en la magia de contar.
En Barranquilla (febrero de 1981), cuando irrumpí en el salón de clases, cuarto piso del edificio de la Universidad Autónoma, entre los cien aspirantes a descollar en el periodismo, quizás yo era el que tenía más desventajas. Era delgadito, corroncho, escurridizo. Me extraviaba en aquella ciudad. Tenía problemas para relacionarme.
Me dejaban por fuera de los grupos. No sabía técnicas para trabajos metodológicos. En cambio mis compañeros y compañeras- la mayoría mujeres, como el 85 por ciento- eran mujeres muy bonitas, casi modelos, inteligentes, de buena dicción. Algunos descollaron. La mayoría no trascendió en los medios. El destino es una vaina fregada. Cada quien buscó sus caminos de alguna manera. En cuarto semestre un bus me fracturó una pierna y me retiré un semestre, por lo que perdí mi grupo, pero hallé a otros también inolvidables. Las redes sociales no han vuelto a rejuntar y con sorpresa encuentro que la mayoría, casi el 99 por ciento, nos casamos y nos separamos.
No me siento el mejor ni el más brillante, solo sé que mis triunfos no han sido fáciles y más aún cuando mi decisión fue quedarme en estos pueblos aislados por el olvido y penetrados por la corrupción, por lo que muchas veces he tenido que dejar la camisa en los alambres. Lo mío, ha sido pasión.
Lo mío quizás era el canto y el fútbol, pero veo que a través del periodismo también se canta y se hacen goles