Pareciera que fuera el título de una película el escogido para encabezar este escrito, pero la verdad es que no está lejos de serlo. Es la película del Edificio “Aquarela” que pareciera no tener fin, pero donde los villanos, al contrario de la mayoría de las películas, de seguro que saldrán victoriosos, no lo dudo.
El “trepa que sube” del Aquarela”, es verdaderamente insólito, por no decir que absurdo. Insólito, pasando por cándido, porque es demasiado extraño que nadie hubiera visto el progreso de su construcción sino hasta que ya se habían levantado veinticinco de sus treinta pisos.
Pero el “tropel” con esta construcción se ha agravado más por la afectación a la abnegada y hasta irracional pasión por las normas del Patrimonio Histórico que por la violación a las normas urbanísticas que según se conoce fueron concedidas con bondad y blandura por la Oficina de Planeación Distrital y por la Curaduría, respectiva.
Como muchos, me pregunto, ¿a quién beneficia verdaderamente la mirada despejada al Castillo de San Felipe? O ¿Quién conoce o da cuenta de los recursos que la Unesco gira al Distrito por el concepto de ser Patrimonio Histórico de la Humanidad? O ¿Será que la mirada libre al Castillo beneficia a los ciudadanos de las empobrecidas zonas marginadas de la ciudad?
Ahora, ¿no han sido más dañinos al Patrimonio Histórico las incontroladas modificaciones a las casonas de San Diego y Getsemaní que inspiradas en la vanidad y ostentación de los nuevos piratas han borrado de plano, y sin dejar rastro, de la arquitectura e ingeniería colonial?
Creo sinceramente que ya es hora de abandonar el exceso de sentimentalismo histórico que en buena parte ha contribuido al rezago del cual permanentemente nos vivimos quejando y lamentando por no haber alcanzado ni estar a la altura de la vecina y pujante Barranquilla ni de la recuperada y progresista Montería, por sólo nombrar algunas.
La alharaca del “Aquarela”, o mejor, la comedia del “Aquarela”, no puede dejar de llevarnos a rememorar las otroras construcciones que en su momento se levantaron en el llamado “Corralito de Piedra”, así como los cercenamientos a las Murallas que fue necesario realizar para darle vía al progreso.
Para la muestra, en 1928, hace noventa años, con siete pisos, los “gringos” construyeron en pleno corazón de la Plaza de la Aduana el “Edificio Andian”; y en 1948, se le dio permiso al señor Salomón Ganem para que construyera en la Calle de la Universidad una edificación que lleva su apellido, el “Edificio Ganem”, un verdadero rascacielos para la época. Eran otras épocas, no existía ni la Secretaría de Planeación ni las Curadurías.
La apertura al progreso hizo necesario, cuando no éramos tan sentimentales, que se interviniera el cordón de Murallas que partiendo de la Torre del Reloj, terminaba en el sector donde estuvo inicialmente el monumento a “Las Botas Viejas”, colindante al vetusto “Puente Heredia”.
Con todo este aspaviento del “Aquarela, y con la misma vehemencia con que han actuado las autoridades, nos gustaría verlas actuar con la ocupación de las orillas del Caño Juan Angola, o haberlas visto pronunciarse por las playas de las que se apropió Comfenalco para la construcción del Hotel “Corales de Indias”, en el barrio de Crespo; o haberlas visto actuar con el Hotel “Las Américas” cuando de manera indebida se apropió de una buena franja de la orilla de la Ciénega de la Virgen para construir su Centro de Convenciones.