Ibiza, Isla del Mediterráneo: fue ocupada por fenicios, griegos, cartagineses, romanos y árabes. Su extensión es de 572Km2. Las distancias máximas son de 41 kilómetros de norte a sur y quince de este a oeste. Sus salinas son su principal industria. Pueblo pesquero y agricultor, sobrevivió a la anarquía y a la miseria dejada por las guerras. Hasta mediados de los sesenta, fue ignorada del mundo.
A partir de los 60, sufrió un cambio repentino, la isla se llenó de color y alegría. El casco antiguo y sus callejuelas angostas fueron invadidos por vestimentas multicolores, hombres barbudos y mujeres de melenas largas y despelucadas vestidas al estilo hindú. ¡Habían llegado los hippys! Jóvenes que, aburridos de la burocracia existente en sus ciudades, querían cambiar el mundo.
Amantes de la paz y del amor libre, encontraron refugio en las casas de campo del paraíso blanco (toda la isla vestía ese color), donde la naturaleza les brindaba maravillosos atardeceres, que los hacían soñar. Extraños elementos, a quienes todos miraban con cierto asombro.
En las noches, y al claro de luna, se reunían para tocar música, «viajar» y alimentar el sueño de un mundo mejor, ante la mirada complaciente y tolerante de los naturales, quienes dejándose llevar por su alegría, ayudaron a que la Isla se convirtiera en el lugar adecuado para vivir en libertad. Muchos de ellos pertenecían a la aristocracia y una burguesía ilustrada, abiertos a nuevas opiniones y culturas, que reemplazó el desastre vivido durante el franquismo.
Aunque este movimiento está casi desaparecido, quedan algunos que salieron de las cuevas y se convirtieron en diseñadores, dueños de negocios, pintores, y escritores reconocidos.
Cuando Llegué (1975), casada y embarazada, me enamoré de su libertad, de la belleza de sus calas y playas, de la vestimenta de las payesas (campesinas), como monjas adornadas con collares de oro, del olor de sus campos llenos de limoneros, caquis, olivos, parras y algarrobos y del valor que daban a la palabra. (Los contratos eran pactados). Y de como sacaban a una tierra nada fértil por escases de agua, buenas cosechas con las que alimentarse. Yo, alucinaba, venía de Colombia.

Nos instalamos en Cala San Vicente, en una casa hermosa, rodeada de almendros, que miraba hacia el mar tranquilo. No tardamos en estar rodeados de buenos amigos venidos de todas partes del mundo.
Jamás olvidaré como disfrutábamos de aquella luna enorme y amarilla, que con sus reflejos teñían de rojo el cielo. La naturaleza, proporcionaba mar y sol en las calas del paraíso blanco (como la llamaban los hippys). Nos unimos al movimiento hippy, pero a lo colombiano: buena casa, organización y disfraz cuando era necesario. Una corroncha social.
El auge del hyppismo arrastró el crecimiento turístico, que derivó en un turismo joven de discoteca, convirtiéndose en la capital de la fiesta por excelencia en Europa, hasta nuestros días. En Ibiza, se encuentran las mejores discotecas del mundo. Grandes fortunas ocupan sus mansiones en verano, y se pasean en sus lujosos yates, pero Ibiza, es mucho más que fiestas. También, es tranquilidad y respeto si así lo deseas.
Hoy en día, su transformación actual, es la de una sociedad que, como consecuencia de la prosperidad turística, va dando pasos de gigante por desgracia, hacia la modernidad.




