A propósito del Dream Team histórico del Balón de Oro que publicó la revista France Football, en el que rinde homenaje a los que considera los mejores futbolistas de la historia, llama la atención, el nombre del portero exaltado. Y no porque no merezca tal pergamino, sino, por el apodo que toda la vida ostentó el personaje. ¿A quién se le pudo haber ocurrido semejante remoquete para un guardameta?
Cuando Lev Ivánovich Yashin falleció el 20 de marzo de 1990 en su natal Moscú, yo solo tenía 9 años. Transitando aquel tiempo apareció gracias a mi padre, un VHS marca Goldstar que fue instalado en un costado del comedor. Junto al televisor de idéntico distintivo. Desde el instante en el que el novedoso reproductor de cinta aterrizó en el recinto que nos cobijó hasta la edad adulta, mis neuronas solo recuerdan con vehemencia los casetes causantes de que la sala permaneciera con aforo de teatro popular. Y eran los que en la carátula llevaban engomado el nombre de Kid Pambelé.
Reproducir hora tras hora los combates de Antonio Cervantes fue el pasatiempo predilecto de los adultos que visitaban nuestro hogar. Y con el trasegar de los días, acabó siendo el mío. Hasta que el mundial de Italia 90 forzó una pausa.
Tengo presente que el comentarista del canal que transmitía los encuentros de la selección Colombia en la fase de grupos, hizo alusión al portero de la Unión Soviética recién fallecido. Solo grabé su sobrenombre. De ahí que me lo pintaba con la piel teñida de negro, el cabello apretado y de nariz chata. Y me decía a mí mismo: que grande somos. Este arquero tenía el mismo cuero que el mejor boxeador de nuestro país. A la vez también pensaba en por qué lo aliaban con el personaje arácnido que trepa paredes en su afán de neutralizar a los malvados muy conocido en las tiras cómicas.
Lo cierto es que el semblante del icónico cancerbero que reposó en mi fantasía en aquellas jornadas del mundial estaba a punto de ser desbaratado. Una mañana después de la eliminación de Colombia a manos de Camerún y cuando nadie en la cuadra anhelaba saber algo alusivo a José Rene Higuita, apareció Alberto Anaya, un amigo de mi hermano mayor, muy aclamado por sus estiradas bajo los tres palos en el colegio de Comfenalco.
Se presentó junto al grupo de muchachos que, arrimados, hacíamos bonche en la esquina y de su boca salieron palabras que hasta el sol de hoy aun las pienso. “Ahí les dejo este casete de VHS para que vean lo que es un buen arquero”.
A penas se pudo, pedí permiso a mis padres para colocar la cinta cuyo estuche lleva impreso el nombre de la revista Cromos. En el documental, desfilaban trozos carentes de color de los episodios cumbre de los mundiales de fútbol. Y apareció el título Suecia 58. Las imágenes retrataban los juegos de la Unión Soviética.
Mayúsculo fue el asombro al notar que el remoquete del personaje que cuidaba la cabaña del equipo europeo era similar al que acaparada mi atención días atrás. Los relatores lo entonaron en múltiples ocasiones. Y sí. Se trataba de “La Araña Negra”, el mismo que meses antes había sido sepultado. Y no era de tez negra. Ni trepador de muros. Capté por lo que transmitían los narradores que Lev, solía irrumpir a la cancha cubierto de una casaca de color oscuro en forma de buzo con mangas hasta las muñecas. El tono pálido de su piel arropado con la indumentaria hacía inevitable no clavar los ojos en él. Además, era exageradamente elástico debajo del arco. Ágil, intuitivo y preciso.
Generaba la sensación de que cuando la pelota lo vencía, algo la detenía para que no traspasara la línea de gol. Eso entendí por lo que escuchaba decir. “El esférico se niega a entrar en la portería de los soviéticos”. Exclamaba a voz tendida el locutor con acento español.
La cinta andaba en el reproductor y así mismo los fragmentos. Hasta que brilló la claqueta de Chile 62. Y el hombre que hablaba escondido detrás de la pantalla disparó una frase que paró mis orejas; “Colombia estaba haciendo presencia en su primer mundial de fútbol”.
Severo premio para el muchacho que aparte de estar embelesado por las voladas del guardavalla Yashin, también sintió nutrir su naciente conocimiento con el dato escuchado. Llegaban más imágenes y a la vez sorpresas.
En el citado evento, “La Araña Negra” enfrentó en uno de los partidos a la selección cafetera y los colombianos vencieron su portería en cuatro instancias; una de ellas con gol olímpico señaló el comentarista. Al final el resultado fue un empate a cuatro goles.
El video se detuvo varios minutos en el compacto del encuentro Unión Soviética vs Colombia. De los veintidós atletas que corrían en procura por la pelota en la cancha del estadio ubicado en la ciudad de Arica en Chile, el niño de 9 años solo distinguía a Lev Yashin.
Jamás persona alguna le había insinuado diálogo para comunicarle que Colombia había enviado una selección de jugadores al país austral a disputar un mundial y en cuya nómina iba un portero nacido en Barranquilla que, a similitud del sujeto europeo, también portaba un apodo que lo identificaba con la región caribe de donde fue oriundo, Efraín “El Caimán” Sánchez.
Las exhibiciones de Lev Ivánovich Yashin aparecieron además en el mundial de 1966 realizado en Inglaterra, donde los soviéticos se anclaron en el cuarto lugar. Siendo esta la mejor ubicación contando con “La Araña Negra” como cuidapalos. La pasarela mundialista del moscovita culminó en el evento de México 1970.
A los contemporáneos de Yashin no les debe asombrar el lauro honorífico que recién le entregara una revista francés. Ellos lo divisaron calcular un achique al delantero rival en su área. Anteponer su pecho para impedir que un remate lo venciera y alzar su cuerpo para con las manos robarle la pelota al intimidante cabeceador. Me imagino su exaltado rostro cada vez que rememoran los días en los que las atajadas de Lev Ivánovich Yashin se trasmutaban en su máxima alegría. Porque en el deporte un remoquete no eleva transcendencia si quien lo carga no lo ampara con sus condiciones a la manera de Lev Ivánovich Yashin, el sorprendente “Araña Negra”.