No más violencia de género es muy fácil decirlo pero muy difícil que se haga realidad, sobre todo en las realidades escondidas, silenciosas y monstruosas de la violencia intrafamiliar y laboral.
Estamos tan acostumbrados a escuchar las palabras feminicidio, violencia física, acoso sexual y laboral, violencia psicológica, abuso de poder cuando se trata de mujeres, que ya nos volvimos tan indiferentes al grito desesperado de tantas que nos piden que las miremos, esas que reciben golpes todos los días a manos de los que se sienten con el poder machista y animalescos de humillar a la mujer.
La violencia de género es un cáncer social metasteseado sobretodo donde la vulnerabilidad, la falta de empleo, la falta de recursos, la pobreza y el inconcebible machismo imperan. No deja de ser curioso, en esos estratos, que los géneros musicales más amados y bailados por mujeres son la champeta, reggaetón o llamado “perreo”, que en varias de sus letras, con total ausencia de poesía, maltratan a la mujer, o entonces la tratan como un simple objeto sexual o una basura, y lo más triste es que se prestan para eso.
El concepto «violencia de género» da nombre a un problema, que incluso hace poco, formaba parte de la vida personal; era considerado un asunto de familia que no debía trascender de puertas para fuera y, por lo tanto, en el que no se debía intervenir.
Entender la violencia como un asunto personal refuerza a las mujeres a una situación de subordinación respeto del hombre e implica asumir las relaciones de poder históricamente desiguales entre ambos y a través de las cuales se legitima al hombre a mantener su statu-quo de la dominación incluso a través de la violencia. Esta percepción contribuye a que las mujeres no denuncien su situación por miedo, vergüenza o culpabilidad.
Cualquier tipo de violencia se fundamenta en una relación de poder dónde alguien trata de dominar a la otra persona por la fuerza, contra su voluntad; trata de obligarla a que haga lo que no desea, a que se ruegue y reconozca su inferioridad y dependencia con respecto a quien ejerce la violencia. En todos los casos de violencia las víctimas pasan por un gran sufrimiento y todas ellas requieren cuidado y atención, y todas las personas agresoras son dignas de su correspondiente sanción penal; no obstante, cada tipo de violencia tiene sus peculiaridades. Pretender que toda violencia es igual impide que la violencia de género sea comprendida adecuadamente y pueda ser combatida eficazmente.
Y volvemos a lo siempre. Para erradicar esos problemas son necesarias políticas educativas que trabajen cada día más en el desarrollo de pedagogía a favor de la igualdad de género, bajar los niveles de pobreza donde se dan los mayores casos de violencia de Género, que las penas sean agravadas para todos los que por medio de la violencia, acoso y abuso maltratan y humillan a las mujeres en su dignidad e integridad. Es necesario cambiar el “chip” mental y cultural que permitirá ver el otro género como complementariedad y una inmensa oportunidad para una sociedad equilibrada, desarrollada, educada y bendecida en su diversidad de género.