Cuando un amigo me envió la historia del empresario Ric Elias sobre “las tres cosas que aprendí mientras se estrellaba mi avión”, supe que era una profunda reflexión de vida que valía la pena compartir.
Su historia comenzó el 15 de enero del 2009, cuando abordó el vuelo 1549, de US Airways, que iba con 150 pasajeros y 5 tripulantes. El avión despegó a las 3:24 de la tarde del aeropuerto La Guardia de Nueva York y este es el asombroso testimonio:
“Imaginen una gran explosión cuando estás a 900 metros de altura. Imaginen un avión lleno de humo. Imaginen un motor haciendo clac, clac, clac. Suena aterrador. Yo tenía un asiento único ese día. Estaba sentado en el 1D. Era el único que podía hablar con los asistentes de vuelo. Así que de inmediato los miré, y dijeron: No hay problema. Probablemente golpeamos algunas aves. El piloto ya había virado el avión y no estábamos tan lejos. Dos minutos después, sucedieron tres cosas: el piloto alineó el avión con el río Hudson, apagó los motores -imaginen estar en un avión sin ruidos- y dijo «prepararse para el impacto». No tuve que hablar más con la asistente de vuelo. Pude verlo en sus ojos, era terror. La vida se terminaba”.
Tres grandes enseñanzas
- Aprendí que todo cambia en un instante. Pensé que antes de morir tenía una lista de cosas por hacer, pensé en la gente a la que nunca le dije que la quería, pensé en los errores por reparar… Hoy no quiero aplazar nada en la vida. Esa experiencia cambió mi vida.
- La segunda cosa que lamentó Ric fue el tiempo que desperdició por su ego en cosas que no importaban con gente que sí importaba, como su esposa, familia, hijos, amigos… “Ya no trato de tener razón. Elijo ser feliz. En dos años no he peleado con mi esposa y se siente de maravilla”.
- Lo tercero que Ric aprendió es que morir no da miedo, ”tal vez porque nos preparamos para ello toda la vida pero sentía una profunda tristeza porque no me quería ir, amo mi vida y deseaba ver a mis hijos crecer… Un mes después estaba en la actuación de mi hija de primer grado y grité y lloré como un niño. Entendí que la única meta que tengo en mi vida es ser un buen padre”.
Ric concluyó su testimonio con la siguiente reflexión: “Se me concedió el milagro de no morir ese día y se me concedió otro regalo, que fue la posibilidad de mirar al futuro y volver para vivir de otra forma. A ustedes que están volando hoy les desafío a que imaginen que lo mismo le está pasando en su avión (y por favor, no esperen a tener una experiencia cercana a la muerte) pero imaginen: ¿Qué cambiarían? ¿Qué es lo que posponen porque piensan que van a vivir por siempre? ¿Cómo cambiarían sus relaciones y la energía negativa en ellas? y lo más importante: ¿Están siendo los mejores padres que pueden ser?”
Sin importar la edad, preferimos darle la espalda a la muerte y negamos la única realidad que tenemos. Nuestros miedos no evitan la muerte pero sí evitan que vivamos nuestra vida de manera armoniosa, tranquila y feliz con los seres que amamos y nos rodean.
Cuando entendamos que nuestro tiempo es limitado y que es imposible saber cuando terminará, comenzaremos a vivir cada segundo como lo único real que tenemos. A la profunda reflexión de Ric solo le añadiría una pregunta: ¿Estás dando lo mejor de ti para ser mejor persona?