A partir del siglo XX, el capitalismo, en unión con el socialismo y el comunismo, se han repartido en un 60% la torta del poder económico, político y social del mundo. Sin embargo, a partir de 1945 el fenómeno cambió, cuando observamos que las izquierdas tenían un 40%, sobre un 36% de las derechas y un 10% del centro, y con ritmo ascendente el 14% corresponde a la teocracia.
Claro está que la religión siempre ha estado al mando en todos los Estados capitalistas. La historia dice que se remonta a la antigüedad con el Imperio Romano y que su influencia y poder se consolidaron con el control, especialmente sobre la educación. En nuestro país, por el poder omnipotente de la Iglesia, fuimos parte de ese dominio, y así lo establecieron en la otrora Constitución de 1886, cuando se determinó que éramos un Estado Católico, Apostólico y Romano, pasando de ser laicos a confesionales.
Afortunadamente, la nueva Constitución Colombiana de 1991 eliminó tal inquisición aberrante y nuevamente nos transformamos en un Estado laico, garantizando la libertad de culto, el tratamiento igualitario a todas las religiones y, lo mejor, la separación entre Estado e Iglesia. No obstante, en algunos gobiernos la influencia de la Iglesia católica en nuestras decisiones de vida y educación siguió siendo evidente.
El gusto por el poder, la acumulación de riqueza y la imposición de creencias absurdas y obsoletas no se han apartado de muchos países donde la teocracia está al mando. Casos como el de la Ciudad del Vaticano, donde el Papa ostenta la máxima autoridad religiosa y política; la República Islámica de Irán, con su llamado líder supremo; Afganistán, con sus talibanes y decisiones aberrantes en contra de la mujer, amparándose en arcaicos principios islámicos; así como Arabia Saudita o el Monte Athos (Estado Monástico Autónomo), que imponen normas basadas en lo político-religioso.
El abuso del poder por parte de los gobiernos teocráticos los ha llevado a desencadenar guerras, masacres y asesinatos, con el argumento esquizofrénico de que sus decisiones provienen de los dioses. Engañan al pueblo y le lavan el cerebro, haciéndole creer que sus determinaciones son enviadas —no se sabe por qué conducto— por los dioses. Ejemplos claros están personificados en las repúblicas islámicas de Mauritania, Irán, Afganistán, Arabia Saudita, Sudán, el Vaticano y Yemen, entre otras. También encontramos regímenes católicos como el de Irlanda, y el anglicano de Inglaterra, donde se toman decisiones en nombre de su Dios.
Numerosos practicantes de diferentes religiones no adeptas al credo gubernamental han sufrido guerras, masacres y asesinatos por parte de sus autoridades, llámense cristianas, anglicanas, protestantes u otras. Pero lo verdaderamente inverosímil es que todo ello se haga en nombre de Dios. Así lo demuestran sus máximos exponentes: Israel, caracterizado por tener un régimen confesional, y Palestina, con mayoría musulmana islámica sunita, algunos cristianos y otros tantos samaritanos, incluyendo colonos israelíes que practican el judaísmo.
La falacia demoníaca del estribillo repetido durante años, invocando el nombre de Dios o de Alá para justificar guerras, masacres y asesinatos, está mandada a recoger. Los verdaderos intereses de las bestias humanas son otros: poder, enriquecimiento e imposición de doctrinas unipersonales. No a las guerras en nombre de Dios.



