Al caso de María Fernanda Cabal y María Claudia Tarazona no se le debe dar una trascendencia política, sino un tratamiento humano, generoso, comprensivo y hasta misericordioso. Todo lo que ha sufrido Claudia es tan impactante que genera efectos posteriores, dejando secuelas insospechadas debido a la tragedia inesperada del asesinato de su esposo, aún sin conocerse los autores intelectuales.
Es preferible dejar pasar el viento para que se lleve el desaire o el airado reclamo —si es que lo hubo, lo cual dudo— porque, visto desde cualquier ángulo, no tiene coherencia. El escenario no se presta para semejante situación, y menos de parte de una amiga de bancada como lo era María Fernanda de Miguel. Cosa distinta, y más comprensible, sería la reacción violenta o el rechazo de los deudos, pues les asiste el derecho de objetar con firmeza la presencia del Gobierno y del mismo presidente en el sepelio, como en efecto ocurrió. Yo hubiera hecho lo mismo y, quizás tratándose de Petro, con mayor razón.
De lo que sí estoy seguro es que el mismo Miguel, en vida, habría evitado cualquier malentendido, si ello fuera motivo o causal de polarización dentro del corazón del Centro Democrático, y más aún en estas circunstancias en las que la suerte del país no está clara. Es imperativo sortear con diplomacia y buen tacto cualquier impasse.
Ambos videos los escuché y vi. En el de Claudia percibí de inmediato su punto de quiebre psicológico, y con toda razón. Esa dama debe cargar un agotamiento impresionante, a tal extremo que sobrepasa los linderos del control y la fuerza de voluntad.
En el explicativo de María Fernanda, además de notarle un rostro apenado, inocente y dolido, solo escuché la alharaca virtual por tener un micrófono, luego de que doña Claudia se lo hiciera notar. María Fernanda, al percatarse de la observación, se lo quitó, explicando que era lo usual cuando se está frente a los medios de comunicación. Eso fue prudente para continuar las entrevistas con coherencia.
La pregunta que me asiste es: ¿por qué le preocupaba tanto a la informante de Claudia el micrófono? ¿Qué premeditación había de por medio? ¿Algún reclamo, pero de quién hacia quién? Ahí radica el problema: el efecto pudo estar en la forma como se informó a doña Claudia sobre el micrófono, que quizás se dijo de manera sinuosa y la predispuso al reclamo.
Estoy seguro de que tanto doña Claudia como María Fernanda saben que Miguel Uribe fue un joven integral, con valores éticos y gran sentido de familia. Nos hace falta, y jamás habría querido una fractura por un malentendido en estos momentos críticos de la nación.
Estas incómodas situaciones me han motivado a escribir esta nota, cuyo único propósito es invitar a olvidar y superar el impasse, y no sumar ni propiciar más odios a los que ya abundan en el ambiente político de la nación.
Tenemos que recurrir a la tolerancia para aceptar la diversidad de opiniones, ganando los espacios con argumentos y respuestas contundentes. Los puntos de quiebre psicológico obedecen a cargas emocionales tan fuertes que perturban la mente humana y, en ocasiones, son tan desproporcionadas que, al relatar lo ocurrido, lo sentido o lo visto, se genera el efecto espejo: ver en uno mismo la rabia que se siente por otro. Al incrementarse esa sensación de prevención o desprecio, se colapsa ante el estrés acumulado, lo que impide al individuo controlar sus emociones, transfiriéndolas involuntariamente —o desde el subconsciente— a otra persona a quien, por algún motivo, percibe como rival o enemigo.
Esta apreciación la hago para referirme al lamentable malentendido entre la senadora María Fernanda Cabal, a quien conozco personalmente y puedo definir como una mujer de actuar frontal, prudente e inteligente. No la veo en escenarios de chismes o de sembrar cizaña. Todo lo contrario: la defino como una mujer con temple de acero, que no se inmuta fácilmente, pero que trata humanamente y con guante de seda.
Abrigo la esperanza de que se supere este incidente, para honrar la memoria de Miguel, quien deseaba vencer a Petro unidos, no en medio de divergencias internas que solo llevan a la polarización.
Hablo a nombre propio, pues no pertenezco al Centro Democrático. Soy liberal independiente, pero amo a mi Colombia libre y en democracia, no en desgracia ni, mucho menos, en esclavitud.



