La luz apagó y con el aforo total del teatro Adolfo Mejía de Cartagena de Indias, entre gritos desgarradores y un video que dolió en lo más profundo del amor agredido, la Comisión de la Verdad inició el primer evento “Mi cuerpo dice la Verdad”, un homenaje a la dignidad de mujeres y miembros de la comunidad LGBTI, víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado.
Nuestra solidaridad, empatía y respetuoso silencio dejó oír a plenitud la voz de quienes, desafiando sus miedos, narraron como en distintos tiempos y lugares de nuestra geografía fue agredida su intimidad por paramilitares, guerrilleros, militares, policías, soberbios y cobardes empoderados por un uniforme, su arma y la impunidad de quien impone su ley.
Alejandra Miller, comisionada para Asuntos de Género nos recordó que, de las 25.000 denuncias de violencia sexual reportadas, el 30% se ejecutaron en la región Caribe, en los departamentos de Bolívar, Magdalena, Sucre y Córdoba.
30 víctimas testimoniaron, y comprender su sentimiento, racionalmente sentirlo, nos conmovió a los 660 participantes. La crueldad de lo revelado me condujo de la indignación a la aguerrida lágrima, inevitable por el dolor y la impotencia de lo irremediable, la vergüenza del machismo que convierte el cuerpo de la mujer en objetivo de guerra y la indiferencia social ante tanta crueldad.
En este “Parto por la Verdad” la indignación le dio paso al amor que es la impronta de la Comisión de la Verdad y permite a los comisionados abrir los brazos y sus corazones a las víctimas.
El llamado y el ejemplo de su presidente Francisco Roux, ser de luz, no deja duda: “Les vemos, les creemos, las abrazamos, nos importan; este es un espacio para la reflexión, la paz y el perdón”. Liberar la verdad y sus voces posibilita reconstruir la vida de las víctimas y la sociedad enferma que produce monstruos violadores y torturadores. Compartir es vencer la peor de las miserias, la soledad que ahoga e impide sanar.
Siento satisfacción que, gracias al Acuerdo de La Habana, en armonía con la Justicia Especial para la Paz, exista la Comisión de la Verdad y contribuyan a “descifrar cicatrices” y cerrar heridas extensas y profundas como el territorio y el conflicto.
Destacó el rechazo de los asistentes a la violencia contra la población LGBTI y el aplaudido abrazo del Padre de Roux cuando recibió su bandera. La presencia del embajador de Noruega que leyó uno de los testimonios. También el incansable compromiso social de Arturo Zea, coordinador para la región Caribe y uno de los parteros del evento.
Tuve tranquilidad interior cuando la investigadora Elisabeth Wood no señaló al M-19 como agresor sexual de mujeres y un sentimiento especial cuando a Judith Pinedo se le quebró la voz al leer sintiendo el testimonio de Vera Grave, compañera de militancia, que pese a la brutal tortura calló y su dignidad los venció.