La única vez que vi en persona a Adelina Covo– hoy candidata de Gustavo Petro a la Alcaldía de Cartagena de Indias – ella me torció los ojos. Caminaba por el parque de Bolívar con Alberto Salcedo Ramos y Edgardo Olier, frente a las instalaciones de RCN Radio de Carlos Mouthon y el desaparecido Campo Elías Terán Dix, cuando nos cruzamos en el camino. Ellos, que eran mis compañeros en el periódico El Universal, donde Adelina escribía una columna periodística, fueron los que se percataron de aquella torcida de ojos, que en aquellos tiempos era como un trino virulento a falta de twitter. Apenas habían pasado los días santos de aquel año- creo que era 1988- y recordé que yo le había criticado su última metida de pata.
En su última columna ,en vez de analizar los múltiples problemas de la ciudad- asaltada también por los tentáculos del narcotráfico- Adelina hablaba del ajuar que se iba a poner en los días de Semana Santa. Obvio, como yo era tan desconocido como ahora, le tiré las pullas a ver si me contestaba. Nada. Era aún muy bonita, de pelo corto- negrísimo- y una boquita de caramelo.
Yo me vine a administrar una finca en mi sabana- donde escribí todos mis libros- y ella no desapareció nunca de la vida pública, hasta esta madrugada del 16 de Julio, cuando la veo metida hasta los tuétanos en una calle enfangada muy distante de su circulo exclusivo, Calle Colombia, en el popular barrio Olaya Herrera.
La vi bastante gastada por los años, aunque todavía conserva rasgos de su belleza latina- debe estar pisando sesenta años- e improvisando ante un selfie de oportunidad, como hacen con frecuencia los políticos en caza de votos. Lo que casi no me cuadra es cómo Gustavo Petro entrega un aval a una persona tan aristocrática, del propio y hediondo Corralito de Piedra, que ha dado muchos tumbos en el arco iris pollito del país. Eso quiere decir que la política da muchas vueltas, como la propia vida, y en esta feria de avales, pasamos con mucha facilidad del azul al rojo o viceversa, quizás como en estas tierras sabaneras, en donde cruzamos con mucha facilidad del fandango al velorio.
Y como hace tiempo le perdí el rastro, el señor Google me ayudó a clarificar mi somnolienta mollera. Aparecen múltiples referencias de ella, siendo la primera una que dice que fue acusada de estar cobrando una jugosa pensión de jubilación y en apariencia fraudulenta. Tenía, entonces, cuando salió el articulo de prensa en 2011, 53 años. O sea, que ahora debe estar pisándole los talones a Amparo Grisales. Es joven aún. Y las mujeres con carácter no esconden la edad.
Pero ese no es el tema de reflexión, toda persona tiene derecho a mostrarse como quiera y sabe exactamente dónde le duele. La gente dice que cada quien sabe exactamente donde cae la gota que inunda su casa. Y Toño Fernández , nuestro gaitero eterno, no se casaba con viuda con marido vivo, ni muerto tampoco, para no poner la mano donde la ponía el difunto. Lo que preocupa es que casi todos los políticos, en el afán del poder sin poder, se salen de sus ropas y dejan al descubierto sus miserias.
En esas tomas, metida en el fango, a Adelina se le olvidó- lo dice su perfil- que fue presentadora de televisión y magistrada. Ella tendrá sus asesores y seguramente le dirán qué hacer. Es posible que quiera que hablen de ella, aunque hablen mal, según aconsejan algunos asesores del marketing político.
Este debate apenas comienza y uno por las redes sociales se ve abocado a todo tipo de sandeces, a cualquier hora del día o de la madrugada. Ve uno de todo, como el candidato que usa la muerte violenta de su padre como bandera para vender su “proyecto” político. Todos hablan de apuesta, como si se tratase de una lotería. Veo a otro que usa a su hijo de seis años en una manifestación lustrándole las botas a un pordiosero, el que pinta una pared cuando en su casa jamás levantó una paja, el que reparte abrazos aunque su cara sea una piedra, el que funge de periodista visitando barrios pobres muy distantes de su aristocrática cuna, el que difunde por la radio la pérdida de su cédula para llamar la atención, el que empeña su finca para poner el récord pueblerino de ser tres veces alcalde, el que quiere aspirar porque ya pagó once años de inhabilidad y ese es su reto personal, el que fracasó en todos los cargos que tuvo y ahora se le ocurre que puede ser alcalde, el que no sabe hacer otra cosa. El que canta o hace de brujo para ser notado. Las paredes resisten todo. La política es de ida y vuelta. Los amigos de hoy serán los enemigos de mañana. Y, nosotros, los de a pie, quedamos en la mitad. O en las orillas.
Sería bueno, que al menos los políticos profesionales hagan las cosas en forma científica y al menos tengan un manejador de imagen. Y ojalá que no sea un periodista, porque en estos tiempos todos fungen de asesores y se pesca en un río revuelto, en cuyo remolino estamos los ciudadanos indefensos, incluso los que tenemos acceso a los medios.