El escándalo del político Eduardo Pulgar da para pensar muchas cosas como sociedad. El senador atlanticense fue capturado esta semana y llevado a una cárcel en Bogotá por orden de la Corte Suprema de Justicia, debido a la presunta -así hay que decirlo- comisión de los delitos de tráfico de influencias y cohecho.
Lo que hay detrás, como se sabe, es un aparente intento de soborno a un Juez de Usiacurí – «200 barras»- para que favoreciera en un caso a Luis Fernando Acosta Osío, aliado político suyo y quien controla la Universidad Metropolitana y el Hospital Metropolitano.
El asunto no es de poca monta y puede significar el fin de la carrera política del senador del partido de la U. Sin embargo, si se busca en su pasado, se ve que ha encontrado maneras de salir airoso de varios líos judiciales. Lo muestra el caso del pago de sueldos y prestaciones a 171 personas en el Consejo de Barranquilla con actas de posesión fraudulentas. El hecho no tuvo consecuencias penales y derivó solo en una inhabilidad de 18 años, de la cual se habría librado después, según sugieren los medios, gracias al entonces procurador Alejandro Ordóñez, a quien Pulgar habría ayudado a reelegir a través de la exesposa senadora, Karime Mota.
El hoy senador no solo la puso a ella en el Senado, sino que ha intentado llevar a hermanos a la asamblea del Atlántico y al Concejo de Barranquilla, y tiene ahora a un cuñado de alcalde de Soledad. Como se ve, es de esos personajes que hacen de la política un asunto de familia, lo cual ya genera sospecha porque con ello lo que suele formarse es una red de complicidad inquebrantable.
Que haya personajes como Pulgar en la política -pero sobre todo que sean tantos- debería generar un debate serio en el estamento político y en toda la sociedad. En el estamento político porque Pulgar viene del mismo partido de los ‘ñoños’, musas y demás, una colcha de retazos de otros grupos que se creó para elegir y reelegir presidentes con votos no muy claros y a cambio de puestos y contratos. Un partido como ese es una vergüenza para este país.
Y la pregunta para la sociedad en general, y particularmente para la costeña, es por qué le estamos dejando la política a gente de este calibre, por qué no hay controles ni filtros. ¿Cuándo vamos a tener una generación que no salga a hacer campaña con la idea de que el Estado será su botín y que allí todo se compra, desde un puesto en el Congreso hasta un Juez de la República?
La Costa -donde tiene más lectores esta columna- es una región rica con una pobreza inaudita. Y no saldrá de esa paradoja si no empieza por tomar en serio la elección de su dirigencia, mucha de ella mandada a recoger. Pululan quienes creen que un apellido es suficiente para tener el derecho a un cargo público y quienes ven que esos cargos son enormes oportunidades «de negocio», como dice Pulgar en la grabación que lo tiene enredado.
Los malos políticos son también responsables de la aparición de la guerrilla que aún estamos padeciendo. Es hora de entender que no se puede aspirar a que desaparezca la que queda o que la izquierda radical que hoy agita sus banderas en democracia no tome vuelo si las fuerzas menos extremistas no cambian su forma de entender y hacer la política. No más los mismos con las mismas. Eso hay que pararlo. Desde el empresariado, la academia, las organizaciones sociales, debería surgir gente fresca y bien preparada que a las malas costumbres les pongan el pulgar abajo.