‘Tutaina’ con tapabocas suena raro, distinto. Para algunos, mal, pero seguramente la mayoría lo acepta como parte de la nueva realidad que nos regaló este año. A estas alturas del 2020 no sabemos si la Navidad del 2021 será como las de antes, pero así la vacuna nos vuelva a esos tiempos, lo lógico sería luchar por tener un país distinto a partir de las conclusiones que deja esta crisis sin precedentes.
Una de ellas es que no podemos dejarles el sistema de salud a los políticos, los burócratas y los negociantes. El país tuvo que paralizarse para permitir que se preparara a marchas forzadas para enfrentar los momentos más duros de la pandemia. En algunos sitios eso fue casi empezar de cero. Faltaban UCIS y laboratorios adecuados, pero también intensivistas. El personal de salud pagó y sigue pagando una cuenta alta en vidas por el estrés y la exposición al virus ante la avalancha de casos. Para médicos y enfermeros ha sido prácticamente como ir a la guerra sin cascos y sin escudos.
Todo eso probablemente hubiera sido menos duro sin el desangre de billones de pesos permitido antes en muchas regiones. Sin la reacción del gobierno nacional y de los regionales locales, que fue adecuada, estaríamos hablando de mucho más que los 30 ó 40 mil muertos de este momento, pero hubieran sido muchos menos con los respiradores que se dejaron de comprar y los médicos que se dejaron de tener antes por cuenta de la corrupción y del mercantilismo con la salud. Sería una muy mala decisión no aprovechar el momento para sanear y repensar el sistema para que tanto el componente público como el privado funcionen como debe ser.
Otra conclusión que deja este año atípico es que tener un país con fácil conexión a internet para todos y que le ofrezca acceso a la tecnología a la mayor cantidad de población es absolutamente necesario. Muchos niños se quedaron sin clases en esta pandemia por eso, y la conectividad existente, con todas sus limitaciones, fue la salvación de miles de vidas y empleos.
Ahí hay una oportunidad inmensa para ampliar las oportunidades de trabajo y también el acceso a la educación a un costo menor combinando lo presencial con lo virtual. Los colegios y las universidades de calidad, públicos y privados, pueden ampliar su alcance en las regiones y en todo el país por esa vía. Una ciudad con más teletrabajo podría al mismo tiempo mejorar la movilidad y la calidad de vida de sus habitantes, por citar solo un par de efectos. Acordar una inversión grande en ese esfuerzo sería una gran noticia para todos.
Por otro lado, la crisis económica derivada de la pandemia dejó a Colombia en riego de perder 20 años de lucha contra la pobreza y de ver crecer la informalidad de manera significativa. Evitar lo primero y reducir lo segundo es un imperativo que amerita un pacto más allá de las líneas ideológicas. La solución no estaría en simplemente abaratar la creación de cada puesto de trabajo. Probablemente tampoco en generar un ingreso mínimo universal. Basta pensar en la cantidad de colombianos que no cotizan salud y pensiones, así tengan alguna actividad económica. Hay que encontrar la fórmula para acercar a ese 50 por ciento o más de personas al sistema de seguridad social con beneficios, pero también con aportes, y hacer que lo que se destine a ese rubro se devuelva de manera equilibrada y eficiente.
La lección más importante de este año caótico es que la solidaridad es una malla de protección que debe estar en perfecto estado siempre. La mayoría de los colombianos, quizás por ese sentido de familia que es tan fuerte en nuestra cultura, se movilizaron en favor de muchos afectados por el Coronavirus, y eso ha hecho las cosas más llevaderas. Pero la solidaridad debe ordenarse y hacerse permanente y eficaz, y eso solo es posible construyendo un sistema de garantías sociales que funcione correctamente para todos sin importar el signo del gobierno de turno. Falta un ejercicio de alta política para lograrlo. Los líderes que tenemos nos deben ese aguinaldo.