En su novela El Padre Goriot (1835) Honoré de Balzac escribió que el secreto de cada gran fortuna incomprensible es un crimen. Es decir, no se construye un emporio de la noche a la mañana sin cometer un delito. Esta idea de Balzac, que se volvió célebre y ha circulado el mundo entero durante más de un siglo, es retratada en la más reciente película de Kelly Reichardt, La primera vaca. Ambientada a finales del siglo 19, la película transcurre en un asentamiento a orillas del río Columbia, en lo que hoy es Oregón.
La primera vaca comienza en tiempos actuales con una mujer joven caminando con su perro en un bosque. Su perro encuentra un hueso: son dos esqueletos humanos, uno al lado de otro, agarrados de la mano. De aquí la película nos transporta a la era naciente de la civilización estadounidense, cuando el noroeste del Pacífico era todavía una tierra salvaje.
Dos forasteros, Cookie, un cocinero de Boston, y King-Lu, un inmigrante chino, se vuelven amigos en una tierra inhóspita: descubren que vender bizcochos caseros en un asentamiento árido tiene un gran potencial comercial. El problema es que la leche que usan la roban de la única vaca de toda la región. El deseo de estos dos hombres de escalar en una economía incipiente, revela los peligros de la ideología americana de triunfar a toda costa.
En efecto, tras haber reunido una pequeña fortuna, motivados por sus sueños de montar un negocio en San Francisco, Cookie y Kung-Lu deciden arriesgarse una vez más y cometer el crimen que les permitiría consolidar su emporio. Pero por seguir su ambición lo pierden todo. De esta manera, La primera vaca expone las falencias de la identidad estadounidense, especialmente del sueño americano: esa idea mítica de que en Estados Unidos es posible alcanzar un nuevo lugar en el mundo si luchas por tus sueños y trabajas con disciplina.
Al igual que las demás películas de Kelly Reichardt, La primera vaca tiene elementos del oeste. Siendo el oeste un género cinematográfico que enfatiza el individualismo y lo excepcional, cabe destacar la manera en que Reichardt transgrede los elementos propios del género, centrándose en el vínculo que desarrollan estos dos hombres. De esta manera, la película pareciera desmentir la supremacía del individualismo y afirmar que no podemos sobrevivir sin la ayuda de los otros.
Al mismo tiempo, en su película el viejo oeste no solo es habitado por ganaderos, mineros, cazadores y ladrones sino también por los forasteros que despejaron el camino para la fundación económica del oeste, quienes, tal como escribió Balzac, construyeron su fortuna sobre un crimen. El dueño de la primera vaca, cuya leche Cookie roba, es justamente un acaudalado británico, quien se ha casado con una indígena y vive en una casa majestuosa. Un británico que coloniza a los nativos mientras un estadounidense y un chino lo roban en la tierra en la que es rey.
Al final, uno de los trabajadores del acaudalado inglés descubre a Cookie y King-Lee huyendo en el bosque. Tal vez los mata para tomar el dinero con el que huyen. Todo lo que sabemos es que, 200 años después, una mujer encuentra sus esqueletos, agarrados de la mano. Lo único que sobrevivió fue la amistad entre estos dos hombres. Una a una, Reichardts derrumba las ficciones que rodean el oeste americano: no somos nada sin los otros, es mentira el sueño americano y su frontera infinita, no son los escogidos para manifestar el destino, solo son almas perdidas corriendo tras ambiciones desmesuradas.