Es medio día en la capital del departamento de Sucre y en medio del inclemente sol Sincelejano nuestra protagonista trata de refrescar su garganta con un jugo de corozo mientras su memoria recuerda los momentos vividos con su madre en su natal Ramas largas; una hermosa vereda enclavada en las ciénagas del municipio de San Benito Abad desde donde salió en una ambulancia con lo que alcanzó a recoger porque en el hospital le dijeron que su adorada vieja estaba en palabras criollas a punto de “estirar la pata” por una neumonía posiblemente causada por Covid–19.
Isabel o “Chave” como la conocen en el pueblo vende caballitos de papaya y se rebusca del diario como la mayor parte de la población de esta zona del bajo San Jorge y entre lágrimas cuenta que nunca pensó que lo que sería la fiesta por la llegada de uno de sus hijos de Bogotá, se convertiría en la desgracia para su familia debido a que sin querer el enérgico joven que toda la noche bailo con sus primas al son de fandango, champeta y vallenato era portador del virus y terminó contagiando a sus familiares, algunos de los cuales debieron ser trasladados a la capital de Sucre por la severidad de la infección.
Mientras se siente culpable por la agonía de su madre y la soledad a la que se enfrenta en la ciudad, anota entre palabras entrecortadas que para los campesinos de nuestra macondiana Costa Caribe el Covid–19 es más un cuento citadino que una amenaza mortal y usar tapabocas o aislarse es sinónimo de “corronchería” y encontrar las cantinas, bares y fiestas de “pick up” sin ninguna medida de aislamiento es el pan de cada día en la región.
Hoy cuando vivimos el tercer pico de la pandemia bajo el clamor de los hospitales por la ocupación de la unidad de cuidados intensivos (UCI), la falta de personal de la salud y al borde de una emergencia sanitaria es inconcebible que estas historias se repitan a lo largo y ancho del territorio costeño.
Las autoridades locales y regionales han sido muy laxas en el manejo de las aglomeraciones en las áreas rurales y restricciones como el pico y cédula, el toque de queda o la prohibición de fiestas son el hazme reír en las sabanas de Sucre y Córdoba; para la prueba están las fiestas con banda o las “kazetas” en municipios como Majagual donde con motivo de las festividades de fin de año, puente de reyes o Semana Santa se han realizado cabalgatas, riñas de gallos y hasta reinados populares con el tapabocas como el gran ausente de las festividades.
Comenta nuestra amiga que en la clínica le dijeron que su madre necesitaba una UCI pero que no hay para donde trasladarla y están a la espera de poder ubicarla en algún sitio de la Costa, muy seguramente Barranquilla o Cartagena a donde nunca ha ido y no tiene ni parientes ni amigos.
Lo peor está por venir e historias como las de Isabel quien hoy clama por una cama para su madre serán de voz popular en las próximas semanas cuando se confirmen las tendencias epidemiológicas de esta ola de contagios disparada por la falsa concepción de seguridad asociado al déficit en los esquemas de vacunación y al nefasto sistema de salud que no tiene la capacidad instalada para hacer frente a la emergencia.
La pregunta es ¿Alcanzaremos a contar el cuento? o por estar haciendo marimonda a la pandemia terminaremos siendo uno más de las estadísticas por seguir creyendo como decía mi abuela que la “mazamorra es caldo”.