Hablar de oposición en Colombia es sinónimo de falta de poder político y económico. Por eso, muchas veces no son coherentes con sus propios postulados sobre lo que realmente significa ser un opositor político. Recordemos a Horacio Serpa, quien, como ministro del Interior durante el gobierno de Samper, expresó: “En política los acuerdos se buscan entre contradictores y por eso hay que ir a buscarlos”. Sin embargo, en nuestro país, la situación es distinta. Aquí, los opositores buscan esos acuerdos y luego se esconden; hablan de todo sin decir nada concreto. Es entonces cuando ni bailan ni dan barato.
La dinámica política de gobierno-oposición se estancó entre 1974 y 1990 con el famoso *Frente Nacional*, un acuerdo entre liberales y conservadores para repartirse el poder descaradamente, sin establecer reglas claras entre gobierno y oposición. Esto se corrigió parcialmente en 2018, cuando se aprobó el *Estatuto de la Oposición*, que permitió el auge de nuevas agrupaciones, ya sean de izquierda o de otros partidos.
Los opositores de hoy desafían no solo al presidente Petro, sino también a quienes comparten el poder con ellos, aunque parezca que cocinan en la misma sartén. Para muestra, varios ejemplos: en 1995, Andrés Pastrana, el principal opositor del gobierno de Samper, rechazó “el acuerdo sobre lo fundamental”, calificándolo como un simple entramado burocrático con una tajada irrisoria.
El conflicto entre Santos y Uribe tampoco fue una excepción. Ambos se enfrentaron, y uno de los mayores escándalos giró en torno a la intervención de Santos en tribunales estadounidenses, lo que podría haber llevado a Uribe a ser llamado a juicio por presuntas violaciones a los derechos humanos. Uribe, sorprendido, dijo: “Me acabo de enterar”, refiriéndose al poder de Santos sobre la justicia de EE.UU., y lamentó no haberse ahorrado el dinero pagado a su abogado.
La ya declarada candidata presidencial para 2026 no se queda atrás. Con su lenguaje incendiario, atacó no solo al general Eduardo Zapateiro, a quien calificó de “gordo marica” por supuestamente viajar por el mundo con una comitiva numerosa, sino también al expresidente Duque, a quien llamó “mamerto liberal y carga maletas de Uribe”.
En Colombia, un sector considerable de la sociedad prefiere llevar la contraria, sobre todo aquellos que defienden a empresas vinculadas a grandes medios de comunicación. Estos intereses han estado involucrados en matrimonios de conveniencia con contratos y casos de corrupción en gobiernos de turno. Ante cualquier cambio, ya sea de derecha a izquierda o viceversa, recurren a la *propaganda negra y sucia*, como una estrategia psicológica para desestabilizar al gobernante que les arrebató esos contratos millonarios.
Una verdadera oposición, ya sea de derecha o izquierda, debería basarse en principios sólidos que promuevan la convivencia social, la erradicación de desigualdades y una democracia fuerte. Necesitamos una oposición que plantee propuestas creíbles sobre el modelo económico, una mejor distribución de la riqueza, reformas tributarias justas y que trabaje para reducir la polarización política, mientras promueve una negociación de paz auténtica.
Muchos expertos creen que, debido a la “dinámica” de la política, los cuatro años de Petro pasarán, y los partidos tradicionales se renovarán, volviendo a sus viejas tácticas de críticas sin fundamento, solo para aparecer en los medios como los “salvadores de la patria”. Sin embargo, la realidad es que muchos de estos no son verdaderos opositores, sino engendros políticos en busca de intereses personales.
Una buena oposición fortalece la implementación real de los planes de gobierno del vencedor. Hacer oposición con argumentos sólidos es más difícil que con mayorías, y para lograrlo, debe aprovechar todos los canales institucionales que existen en el ejercicio constitucional. Sin embargo, esta oposición no debe convertirse en un instrumento para obtener “mermelada”, cuotas burocráticas o contratos, lo que sería el mayor desastre para cualquier grupo político.
Un buen gobierno pasará a la historia si ejecuta sus propuestas sociales y económicas. Pero para tener éxito, necesitará una oposición sólida, honesta y realista, cuyas observaciones sean lo suficientemente válidas como para no caer en el fracaso autocrático.