A veces en la política, los silencios pesan más que los discursos, pero otras veces (como en este caso) una carta puede sonar más fuerte que un mitin presidencial. La demoledora misiva que el ex canciller Álvaro Leyva Durán dirigió recientemente al presidente Gustavo Petro no solo hace temblar los cimientos del autodenominado “Gobierno del cambio”, sino que deja al descubierto un panorama moral y ético cuanto menos preocupante en la cúpula del poder colombiano.
La carta no se anda con rodeos: Leyva lanza acusaciones tan graves como señalar al mandatario de estar bajo el influjo de quienes (según sus propias palabras) “lo tienen secuestrado”. Y no, no es una metáfora suave: literalmente señala a tres altos funcionarios como carceleros del jefe de Estado. La canciller Laura Sarabia, el ministro del Interior, Armando Benedetti, y el presidente de Ecopetrol, Ricardo Roa, serían, en esta narrativa, los tres mosqueteros del control presidencial. Curioso trinomio, por cierto. El mismo que ha sido protagonista de escándalos, controversias y decisiones difíciles de justificar con la ética en la mano.
Leyva, curtido en décadas de política exterior y negociación de paz, parece haber decidido abrir la caja de Pandora no con la ira de un traicionado, sino con la precisión quirúrgica de quien sabe exactamente qué decir, cómo decirlo y a quién le dolerá más. El tono de su carta es más el de un testigo consternado que el de un opositor rabioso, lo cual no impide que asome entre líneas una mezcla de frustración, arrepentimiento y, por qué no decirlo, una pizca de ajuste de cuentas.
Cuando el excanciller narra cómo Sarabia (a quien describe como “conocida de autos”) le hacía esperar durante horas con la promesa vacía de que “eventualmente sería recibido”, uno no puede evitar preguntarse si estamos ante una república presidencialista o una monarquía cortesana donde la agenda presidencial se maneja como si fuese la entrada a una fiesta privada. La alusión a que esta funcionaria “le satisfacía algunas necesidades personales” al presidente es lo bastante ambigua como para resultar escandalosa y, a la vez, lo suficientemente explícita como para poner en aprietos a más de uno.
Pero vayamos al fondo: lo más alarmante no es que un alto exfuncionario se haya desahogado con tal vehemencia, sino que sus palabras resuenan con un eco que no es nuevo. Las denuncias de opacidad en el manejo del poder, de favoritismos mal disimulados y de una gestión que cada vez parece más centrada en proteger al círculo cercano que en gobernar para el país, se han vuelto frecuentes. Lo preocupante es que esta vez no vienen de la oposición ni de los medios, sino de un miembro del propio equipo fundador del gobierno Petro.
¿Y cómo reacciona el presidente? Pues, como suele ocurrir, en silencio o con el habitual contraataque discursivo desde la Plaza de Bolívar. Petro ha hecho del estilo confrontacional su bandera, acusando a sus detractores de “mafiosos” o “enemigos del cambio”. Pero cuando el fuego viene desde dentro, el argumento del enemigo externo pierde fuerza. Y aquí es donde el silencio empieza a hablar.
Esta tormenta interna llega en un momento crítico: Petro necesita recomponer su imagen de cara a las elecciones de 2026, donde, aunque legalmente no pueda aspirar a la reelección, sí pretende dejar sembrado su legado político. Pero con una administración marcada por filtraciones, escándalos y ahora acusaciones de control impropio, el “proyecto Petro” corre el riesgo de terminar siendo otro experimento reformista que se estrella contra su propio ego y entorno.
Porque al final, lo que Leyva ha hecho (sin querer queriendo) es darle al país una radiografía cruda de lo que ocurre en el Palacio de Nariño. Y como en cualquier diagnóstico médico, no basta con señalar la dolencia: hace falta tratamiento. La pregunta es si el presidente tendrá la voluntad (y el coraje) de aplicar la receta que su antiguo canciller le propone: “desvincular a quienes lo tienen secuestrado”. Pero, claro, cuando esos mismos “secuestradores” han sido los guardianes de su poder y sus decisiones, romper con ellos puede ser tan doloroso como necesario.