La pregunta es directa y políticamente incómoda: ¿por qué la senadora Nadia Blel se opone con tanta firmeza a la reforma a la salud? La respuesta, aunque compleja en sus matices, puede resumirse de manera clara: porque ella, su entorno político y su partido no quieren perder el poder histórico que han ejercido sobre el sistema de salud en Colombia.
Nadia Blel es cartagenera, senadora del Partido Conservador, presidenta de esa colectividad hasta el próximo 16 de diciembre, cargo al que acaba de renunciar de manera irrevocable, y además presidenta de la Comisión Séptima del Senado, el escenario donde se debaten —y se deciden— los proyectos sociales más sensibles del Gobierno, entre ellos la reforma a la salud, que ya fue hundida una vez y hoy vuelve a enfrentar el mismo muro político.
A su perfil institucional se suma un elemento imposible de ignorar en el análisis político: es hija del excongresista Vicente Blel Saad, condenado por parapolítica y corrupción, con inhabilidad perpetua para ejercer cargos públicos. Aunque las responsabilidades judiciales son individuales, en política los apellidos pesan, y la memoria pública influye inevitablemente en la lectura de cada decisión.
En Colombia, pocas reformas han generado tanta resistencia como la del sistema de salud, y pocas figuras se han convertido en un obstáculo tan explícito como Nadia Blel. Bajo su liderazgo, la Comisión Séptima se ha consolidado como una trinchera legislativa contra las reformas sociales del Gobierno Petro, inclinando sistemáticamente la balanza para frenar la agenda del Ejecutivo.
La razón de fondo va más allá del debate técnico. En un país donde la salud mueve billones de pesos cada año, oponerse a una reforma estructural no es solo una postura ideológica: es una estrategia de supervivencia política. El Partido Conservador ha administrado durante décadas cuotas burocráticas, alianzas territoriales y relaciones estratégicas alrededor del sistema de salud. Cualquier intento de modificar el rol de las EPS, redistribuir poder o alterar operadores regionales golpea directamente esa base de influencia, especialmente en territorios donde estas redes sostienen estructuras electorales.
Nadia Blel lo sabe. El partido lo sabe. Defender el modelo actual es defender un ecosistema que históricamente ha servido para reproducir capital electoral, burocrático y contractual. Convertirse en la figura que frena la reforma no solo representa un triunfo legislativo, sino una demostración de fuerza interna y un mensaje político claro: el conservatismo aún puede bloquear el proyecto del Pacto Histórico. Ante la ausencia de propuestas propias de alto impacto nacional, frenar las del Gobierno se convierte en plataforma política.
El sistema de salud colombiano, pese a algunos avances, está atravesado por intermediación excesiva, negocios privados, monopolios regionales y operadores sostenidos por favores políticos, mientras hospitales públicos agonizan financieramente. Cambiar ese modelo implica tocar intereses económicos y electorales profundamente arraigados.
La postura de Nadia Blel, por más técnica que se intente presentar, coincide plenamente con la defensa férrea de los sectores privados más poderosos del sistema de salud. Coincidencia o no, el resultado es el mismo: preservar una estructura que ha funcionado muy bien para unos pocos y muy mal para millones de colombianos.
La Comisión Séptima no es solo un espacio de deliberación técnica; es un escenario de negociación de poder, donde se preservan privilegios y se definen límites políticos. Quien la preside controla tiempos, agendas, ritmos del debate y construcción de mayorías. Y en ese tablero, Nadia Blel juega un papel central para inmovilizar la agenda social del Gobierno, con la reforma a la salud atrapada en ese pulso.
Es posible que la reforma requiera ajustes, correcciones y mayor concertación. Pero bloquearla sin alternativas de fondo, convertir su hundimiento en una bandera política y blindar un sistema que reproduce desigualdad y privilegios no es una decisión técnica: es una decisión profundamente política.
Cuando la salud de millones de colombianos depende de un modelo que muchos reconocen como agotado, impedir su transformación deja de ser un acto legislativo y se convierte en una toma de posición histórica, cuyos responsables deberán responder ante la opinión pública.



