La muchacha de piernas largas, piel de ébano y unos ojos almendrados que resaltaban en la oscuridad del salón, trató de hablar pero terminó llorando. De pie casi que congelada ante el micrófono, la bella se llevó las manos a la boca y tragó saliva. Lloró otra vez.
En ese momento, después de un silencio largo, en que la audiencia empezó a enfocarla con sus ojos y con sus celulares, se oyó un tronador aplauso, que en vez de animarla, pareció aturdirla aún más. Julio Cesar Pereira, funcionario de la Corporación de Fiestas del Veinte de Enero, tan impactado como el resto, tomó un vaso de agua y se lo extendió.
Mientras ella tomaba buchecitos de agua y se limpiaba las lágrimas de sus ojos enrojecidos, hubo otro silencio, entonces ella otra vez trató de hablar, pero tampoco pudo. Eran sollozos entrecortados y sonoros. Lloraba con mucho sentimiento!
Yo estaba, como pocas veces, entre los periodistas invitados a la elección de nuestra reina y no sabía realmente qué era lo que pasaba. Era la segunda reina que soltaba el llanto. Creía que a Angélica María Valencia Rodríguez, como es el nombre de la llorona, candidata por el barrio Florencia al reinado popular del Veinte de Enero, tenía miedo escénico.
Pensé que era una niña insegura, que le daba temor expresarse ante los periodistas, quienes por lo regular suben o bajan ídolos, son mordaces o complacientes. Pero vi que era una niña muy bella, 170 de estatura, de un cuerpo armonioso, de una cara reluciente, una dentadura blanquísima y de unos ojillos redondos, cuyas lágrimas le habían quitado el maquillaje y enrojecido sus pupilas. Con los tacones casi rosaba el cielo.
Al fin, en medio de los aplausos, ella habló en palabras entrecortadas y la emoción que la embargaba no le permitía un discurso coherente por más de treinta segundos. Ella no quería ganarles a sus compañeras. No tenía la culpa de sus triunfos anteriores. Todas eran dignas de estar allí. La sola participación en el reinado ya era una ganancia. Tenían que estar unidas y protegerse como féminas. Aquello era solo un concurso circunstancial. Pero advirtió que era quizás una oportunidad única que había que aprovechar. Que de pronto no habría otra en la vida.
– También soy Sincelejana, nací en la clínica Santamaría el 8 de agosto de 2.000, dijo, con voz entrecortada.
…Y Yo, que soy más despistado que un bobo, no sabía por dónde iba tabla. ¿Qué era lo que estaba pasando? Las Once candidatas hablaron el mismo discurso de perdón, de solidaridad y de que querían mucho a sus compañeras, que todas eran dignas de triunfar. Otra de las lloronas se excusó de bailar el frenético aire del fandango, que funge como la máxima prueba, porque estaba indispuesta. Ya yo había marcado mi candidata en el tarjetón, la niña de La Pajuela, María Alis Monterrosa, una hermosa saporrita, de una risa radiante, de verbo picante y con gran personalidad. Aunque no es muy alta, encarna el verdadero espíritu de las fiestas. Es como una Pola Bertél moderna.
Es una reina desde niña, porque así es la mujer sincelejana, la más bella de la sabana, en la que Dios puso todo el fuego del amor. Conoce la historia de las fiestas y las ha vivido con su familia. Fue mecida en los brazos de Arturo Cumplido Sierra.
Por momento se me borró el llanto de las candidatas y nos fuimos al conteo de votos. Angélica María Valencia, la bella negra, la llorona, empató a 14 votos con mi candidata de la Pajuela. Y la gente no había votado por ella para protestar ni por congraciase con su llanto. Había votado por la negra porque realmente es una gran candidata y la gran favorita para llevarse la corona definitiva.
Al fin hubo aplausos para el desempate entre las dos. Y después bailaron el fandango a ver quién era la que mandaba. Y creo que la negra hermosa sacaba una luz de ventaja, pero alguien rumoró que había ganado demasiado.
Ya llevaba cinco triunfos en fila india. Entonces le dieron el primer lugar, como reina de los periodistas a María Alis Monterrosa, que era hasta entonces mi favorita. Fue donde la negra saltó de alegría. En realidad no quería ganar otra vez.
Había hecho todo lo posible por salir derrotada. Por deslucirse. Así hizo alejo Durán en el Festival Vallenato. Durante el baile del fandango lo que hizo fue caminar y levantar los brazos, pero por más que hacía por deslucirse, sus trancos largos( dice que sus piernas son lo mejor de su cuerpo) su figura sobresalía. Los aplausos llovían. ¿Por qué Angélica María festejaba su derrota? ¿Qué era lo que pasaba?
Al final del evento, en un rincón del salón de eventos de la Cámara de Comercio, me dio seis minutos de entrevista, acosados por los organizadores, que ya se la llevaban. Allí conocí a una gran candidata, a una excelente persona. Nació el 8 de agosto de 2000, en la clínica Santamaría. Es mella. Su hermana es más clara y más gruesa, pero no le gustan los reinados. Angélica es estudiante de tercer Semestre de derecho de la Universidad de Sucre. Sus padres llegaron del Chocó hace más de veinte años a Sincelejo y residen desde entonces en el barrio Florencia. Su madre es Trabajadora Social y su padre pensionado de La Policía Nacional.
¿Por qué no quería ganar? Pues hasta el momento es la que más ha ganado. Reina de la Policía Nacional, mejor rostro, mejor no sé qué, mejor tal cosa, las mejores piernas, la que mejor baila. Lleva siete triunfos y se perfila como la ganadora de estas fiestas que concluyen el domingo.
¿Qué había ´pasado la noche anterior? Pues la habían matoneado sus compañeras. No explicó como lo hacían. ¿Racismo? No sé. Sincelejo es una ciudad mestiza, donde las diferencias urbanísticas- según el arquitecto Hernández Gómez-, son exacerbadas, más bien parece una ciudad asiática, marcada por los cambios bruscos, donde el ruido, las vistas, las pendientes, el cambio climático, son marcados. La ciudad la construye su población, no las políticas municipales.
Que yo recuerde ninguna negra pura ha ganado este reinado. Hace dos años una negra venida del Urabá Antiqueño, desplazada, artista, fue tercera princesa. Y el pasado miércoles, en el reinado de los periodistas, Angélica María, tenía todos los atributos para seguir ganando, pero ella se sintió tan mal con la presión de sus compañeras que su garganta y el llanto no la dejaba articular palabras. Y después, en el desempate, quiso hacer un papel grotesco, pero entre más trataba de deslucirse, su cuerpazo y elegancia, la delataban: Esa era la reina. Esa es la reina. Pónganle la firma.