“Todo tiene su tiempo…y todo tiene su hora”, así dice sabiamente la Escritura. Se aproxima el tiempo de las campañas políticas y con ellas el día y la hora de las elecciones. Solo faltan siete meses para que se dé eso que llaman Jornada Democrática; y los cartageneros, entre procesos ordinarios y atípicos transcurridos entre 1988 y 2018, tendremos la decimotercera oportunidad de escoger a la persona para que administre la ciudad.
No se requiere ser sociólogo ni connotado analista político para entender las razones por las cuales a nuestra ciudad no le ha venido a bien la elección popular de sus mandatarios. Tampoco hay necesidad de “romperse los sesos” buscando las razones de ello. Lo que sí se necesita es “iluminación” para entender por qué el pueblo cada vez que es convocado para que decida por su destino pareciera autoflagelarse; como si los tropezones no le hubieran hecho levantar los pies.
Todo estos procesos eleccionarios ocurridos durante treinta años, en cuanto a Cartagena de Indias se refiere, podríamos decir sin temor a equivocarnos, que han transcurridos entre el engaño del candidato y la corrupción del elector; pero también podríamos decir, que ha transcurrido entre el ensayo y el error sin que hayamos atinado con un buen Alcalde para la ciudad.
Los cartageneros no sólo han elegido como sus alcaldes, a abogados, médicos, administradores de empresas, locutores y periodistas; sino que también como encargados o designados ha tenido a empleados bancarios, ingenieros, y a politólogos; todo esto sin contar los que han pretendido serlo, dentro de los que ha habido dirigentes comunales y cívicos, sacerdotes católicos, pastores evangélicos, odontólogos, y de toda suerte de oficios o profesiones.
También hemos elegido como alcaldes a un momposino, a uno nacido en Tadó-Chocó, a dos de Ovejas-Sucre, a uno de Los Pendales-Atlántico, a uno de San Antero-Córdoba, a uno de Mahates – Bolívar, en entredicho; y sólo a cuatro raizales cartageneros; añadiéndosele a este listado de orígenes, el de solo haber escogido, en una ciudad de alta población negra, a un afro descendiente, al finado Campo Elías.
Pero hay necesidad de preguntarse: ¿Entre todos los elegidos, encargados o designados como alcaldes de la ciudad, cuántos de ellos han llegado al Solio del Palacio de la Aduana lo suficientemente libres y lo suficientemente comprometidos y bien encaminados para gobernar y administrar con pulcritud y entereza las finanzas del Distrito?
La respuesta está en la situación que vive la ciudad. Incremento de la pobreza, crisis en la infraestructura educativa, crisis en la salud, crisis en la seguridad. crisis en la administración de entidades distritales, crisis en la optimización de la malla vial, crisis en el Plan de Ordenamiento Territorial, crisis en el manejo del espacio público, y crisis en las plazas de mercado entre otras.
Ya la nómina está casi lista. Nuevamente las intenciones para dirigir los destinos de la ciudad se centran, prácticamente, con contadas excepciones, y como popularmente se dice, en “los mismos con las mismas”.
Ante todo este “dosier” de profesiones, oficios y orígenes sobre los que hasta ahora nos han gobernado, elegidos, encargados o designados, no nos queda más que “encomendarnos a Dios” en las próximas elecciones; o seguir bajo el esquema ensayo – error que parece haber sido el que ha predominado durante estos treinta años dizque de procesos democráticos; pidiéndole, eso, sí, a los electores, procurar no caer en la tentación de vender su voto; y a los candidatos, no hacerse elegir con dineros sucios. ¿Podrá todo esto ser un sueño?