Hay situaciones desgarradoras que invitan a reflexionar sobre la complejidad de los problemas de nuestra sociedad por sus características únicas. Para mí, ese fue el caso con la explosión del camión de gasolina donde se encontraban decenas de personas, algunas hoy muertas y otras heridas, la mayoría de los cuales batallan en estos momentos por sus vidas.
El suceso no solo generó tristeza sino también un debate donde muchos, en público o en privado, se aventuraron a juzgar las acciones de las víctimas, los policías que presenciaron el acto, y también, buscando culpables en escalones más altos de la jerarquía, señalando a los empresarios petroleros y a nuestros gobernantes.
Fueron este tipo de juicios y no la tristeza del suceso lo que me mueve a escribir esta columna. Quedé asombrado con el discurso simplista de algún joven influencer colombiano que, después de que se hiciera viral un saqueo a un camión sin víctimas fatales, enlazaba las dos situaciones para terminar argumentando que los pobres son pobres porque quieren, y que los quemados merecían su desenlace.
Un discurso que es replicado en muchas otras situaciones para defender la santísima propiedad privada pero generalmente escondido en el uso de eufemismos. Un discurso verdaderamente pobre y que ha llegado hasta la vicepresidencia de la república con el término “atenidos”.
Un argumento de los que aún creen que Colombia es una Nación puramente capitalista donde el trabajo es, igualitariamente, bien recompensado. Una consigna que es dicho desde arriba para justificar y mantener privilegios heredados, y que es replicada por personas – especialmente de clase media – que, en su flojera de pensamiento, se niegan a analizar los intereses propios y ajenos detrás de este mensaje, temiendo encontrar que no son solamente una “clase pujante y trabajadora” sino también una clase privilegiada. Y que por ende sus privilegios, pueden ser también reclamados.
No quiero politizar en exceso este suceso en particular, así que analicemos la costumbre como tal, que encuentro en mi contexto regional y otras partes del país, de saquear a camiones volcados que contienen todo tipo de bienes de consumo. La pregunta para el lector es, inexistente el riesgo a una explosión, ¿Se llevaría usted esos productos a su casa? Si la respuesta es no, continúo el cuestionamiento. ¿Por qué no se los llevaría?
Yo no me los llevaría, les doy la razón que salta a la vista para los que conocen -o pueden deducir- mi contexto: no tengo la necesidad, ya sea el producto un plátano o un televisor, no me va a cambiar mi día ni va a significar una mejora en mi calidad de vida. Ahora, otros dicen que no se trata de necesidad, sino de educación, de cultura, de respetar al otro y aquello que le pertenece al otro. Por el propósito de la reflexión consideremos estas dos razones como válidas y aquellas que usted haya pensado por su cuenta.
Serían: falta de necesidad y buena educación. Ahora, ¿por qué usted y yo tenemos lo suficiente y un poco más? Por nuestro trabajo ardúo en parte pero ¿no trabajan las empleadas domésticas y los obreros arduamente? ¿tendría nuestro trabajo ardúo la misma recompensa si hubiéramos nacido bajo otras circunstancias? Lo mismo con la educación ¿tendríamos esa misma “buena educación” de haber carecido de enseñanzas de buena calidad por parte de tanto nuestros padres como educadores?
No es mi intención autorizar la moralidad de los saqueos. Mi propósito es cuestionar los sesgados juicios de valor, dirigidos a las acciones de las personas más vulnerables, que reproducen un discurso simplista bajo la consigna de “obtenemos lo que merecemos”: doctrina que busca conservar un orden natural inequitativo y desigual. La discusión es más compleja: el ambiente moldea al individuo, y en entornos de pobreza y vulnerabilidad, donde la violencia y la criminalidad son más propensas a suceder, se normalizan acciones que del individuo haber crecido en otro entorno desaprobaría.
Más aún, la carencia de oportunidades y la ausencia estatal no sólo perpetúan la pobreza sino que admiten el desacato y la ilegalidad. El llamado no es a justificar la anarquía sino a reflexionar sobre la desigualdad que comienza desde antes de nuestro nacimiento, y que determina, sin nuestro consentimiento, tantas condiciones, oportunidades y privilegios que reclamamos nuestras u otros reclaman suyas.