En medio de una densa llanura bañada por los ríos San Jorge y Cauca, se escucha el “Guapirreo” de Santo Ángel, un campesino Mojanero que no recibió ningún tipo de educación, pero que aprendió a trabajar la tierra gracias a lo que le toco vivir “ser sucreño de área rural y pobre”.
Hoy antes de que cante el gallo por tercera vez sale desde una humilde choza construida de bareque y comején a recoger las vacas para empezar las maniobras de ordeño en una finca donde por sus labores le regalan unos cuantos pesos y si esta de buenas algunos litros de leche para hacer queso y suero costeño.
A los 60 años no es fácil recorrer la espesa ciénaga hasta encontrar la última res que hoy no quiso llegar al corral, pero es más difícil ser un campesino al que nunca le ha llegado un subsidio del estado porque en las oficinas municipales y por debajo de los escritorios de los políticos pasan los documentos que alguna vez le hicieron en un censo que nunca tuvo fin y del que esperaba poder por lo menos tener el dinero para comprar los medicamentos que alivien sus achaques.
“La vida del pobre solo es pasar trabajo tirando machete y vivir de finca en finca“ dice algún cantante en unos de los tantos vallenatos de pueblo que narran las dolencias y carencias de una región rica en recursos, pero carente de oportunidades debido a la falta de gestión publica lo cual afecta proporcionalmente el índice de desarrollo de la población.
Según las estadísticas efímeras y poco veraces del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas ( DANE ), la mayor parte de la población de municipios que componen la Mojana sucreña y que pertenecen a la zona rural tienen acceso a las necesidades básicas, pero en la dura realidad de nuestros campesinos podemos evidenciar de primera mano que no cuentan con servicios de energía eléctrica ni alcantarillado, siguen tomando agua de quebradas o ciénagas y alimentándose de productos contaminados debido a la falta de capacitación en el manejo de cultivos; esto asociado a la contaminación alta en mercurio de los ríos donde se recolecta agua y se consume pescado.
En cuestión de educación como dicen los nativos “La cosa se pone pelúa” debido a que los pocos centros rurales están en el completo abandono y los mismos estudiantes juntos a sus padres deben cortar el bosque, pintar paredes y armar improvisados salones para poder recibir las clases, gracias a que el dinero para la educación rural está invertido en grandes mansiones de sus dirigentes que encontraron la forma de desviar los recursos para el bienestar particular.
Lo que pasa hoy en Providencia cuya devastación fijó la mirada hacia el territorio insular es una realidad que muestra la crudeza en la que vive nuestra población vulnerable y extrapolándolo al caso de la Mojana cada vez que un vendaval o una inundación pasan por nuestra tierra los techos de las casas y los cultivos quedan extendidos en la sabana y simplemente toca volver a arrancar de cero ante la mirada esquiva de un país que por años ha dado la espalda a la zona considerada la mayor reserva humedal de Colombia.
En esta historia queda mucha tela por cortar y mucho corrupto que descabezar, pero solo me limito a decir como lo comentaba Santo Ángel que no solo es nacer en la Mojana o ser pobre, sino lidiar con la indiferencia de Colombia por nuestros campesinos y todas esas poblaciones vulnerables que esperan un cambio o una oportunidad para vivir mejor.