Ahora que entramos en razón y la época de “trabajar, trabajar y trabajar” va camino al ocaso, como un anciano tras la puesta del Sol, pues ni el más irracional de los animales asume práctica tan absurda, estipulada por el único animal Sapiens; recordé a uno de mis grandes profesores en la Facultad de Medicina en Medellín.
Hombre de familia de alcurnia, aunque lo conocí setentón, era de hidalga figura; rico como un Pastor con franquicias para milagros y considerado uno de los profesores “Vacas Sagradas”: Profesor de profesores. Les daré un tiempito, antes de seguir leyendo, para que se lo imaginen.
Llegaba a la Facultad en una moto de 4 tiempos y dos tubos de escapes, en la grupera una alforja de cuero marrón que le brindaba un toque a vaquero gringo. La camisa abierta en el pecho hasta el tercer botón, permitía vislumbrar una alfombra de canas.
Mi señora madre presentó un carcinoma; y mi profesor era autoridad en esta patología. Imaginando cuánto le iría a costar a mi familia el tratamiento, me atreví a consultarlo. Nunca permitió pago alguno, pues seguía el juramento de Hipócrates al pie de la letra y un poco más: a los pichones de colega no se les cobra.
Para explicarme el resultado de los exámenes practicados, me invitó a su casa, al barrio más tradicional de Medellín. En aquel tiempo, los autobuses casi no pasaban por allí; me bajé a ocho cuadras; preguntando y a pata llegué a la casa de mi Profesor. En su estudio, me llevó a un microscopio para observar las mitosis de las células cancerígenas de mi madre. Y, me dijo.
- Si deseas ser un buen médico, nunca olvides a las células; la química, la fisiología y la física. Sólo quien domine la química, la biología y la física tiene la esperanza de entender el porqué de las enfermedades.
Mi madre venció el cáncer y mi profesor se convirtió en una especie de mecenas para mí hasta su muerte, ocurrida al final de mi carrera.
Una tarde en su casa, de arquitectura neoclásica, me explicaba que las columnas del jardín eran estilo jónico tardío y que algunas, las más antiguas, a la entrada, fueron construidas en estilo griego del periodo Dórico. Y, luego de un paseo por la medicina desde los tiempos de Avicena, para mí profesor el más grande de los médicos, un persa, musulmán, de los tiempos cuando Alá había iluminado al mundo con la sabiduría de su pueblo; hoy, alejado de esa sapiencia por el fanatismo de unos cuantos; y terminó la cátedra con las terapias de vanguardia contra el cáncer.
- Embelesado y aturdido por esa plétora de conocimientos y sabiduría, le dije.
-Profesor, discúlpeme, ¿A qué horas tiene tiempo para estudiar todo eso?
Yo estudio de 7 de la mañana a 8 de la noche en la facultad, llegó, ceno, reposo y estudio hasta la una o dos de la mañana; no tengo tiempo ni para divertirme. Imagínese si me pongo a leer Arte, Filosofía, Arquitectura, Historia…
- No, Profesor. ¡Usted es un genio!
No soy ningún genio, mi querido chamán, me llamaba así por ser del Amazonas…Tengo tiempo y ganas. Por eso, sin modestia, estoy a la vanguardia en mi trabajo.
- Explíqueme, profesor, ¿de dónde tiempo?…
Me comentó que trabajaba sólo cuatro horas al día en una de las clínicas más prestigiosas de Medellín. Una hora al día daba clase en la facultad de medicina. Tres horas las dedicaba a estudiar todo lo relacionado con la salud. Sábados en la mañana, a estudiar y escribir, sobre cualquier materia que le interesaba, menos medicina. Y cerró su explicación con: “para ser bueno en cualquier área se necesita tener tiempo donde no seas obligado a trabajar”
Si queremos mejorar la calidad y prestigio de nuestra medicina, los médicos deberían trabajar, máximo, 30 horas semanales. No todos somos millonarios como mi profesor. Algunas profesionales de la medicina, como las enfermeras en Brasil, buscan aprobar 36 horas por semana sin detrimento de los sueldos. No me atrevo a opinar sobre otras profesiones; me centraré en la mía.
Existen estudios juiciosos que demuestran el aumento de errores médicos proporcional a las horas de labor. Quienes no son afines a la medicina, imaginen a un médico en turno 36 horas y usted llega a consulta porque tiene un dolor de cabeza; si no comete errores, lo atenderá en modo piloto automático, sin prestar atención a los detalles.
La mayoría de pacientes que consultan a urgencias, entre las 11:00 p.m. y las 4;00 a.m. tienen mayor probabilidad de retornar a urgencias por causa de un diagnóstico equivocado. No se necesita ir a Harvard ni a Oxford University para deducir que al reducir las horas de trabajo médico, sin decrementar los ingresos de estos profesionales, se logra calidad en la atención médica. Ahora, los galenos no trabajan 36 horas seguidas porque son masoquistas o por apasionados a su profesión; lo hacen por necesidades económicas. Además de los gastos de vida, sume – si se desea o no ser médico “Acetaminofenólogo”-, pagar subscripciones a revistas científicas, compra de libros, y actualizaciones.
Mayor tiempo libre para los médicos, más tiempo para actualizarse; médicos menos caraduras y más amables. En mi caso, de los cinco días que laboro, al menos en tres algún paciente me obliga a estudiar después del trabajo.
No me aguanto las ganas de hablar sobre los otros trabajadores y meterme en otras materias. 30 a 36 horas para todos los trabajadores impulsará la base del Capitalismo: el consumo.
La reducción del tiempo dedicado al trabajo, sin menoscabo de los ingresos, estimulará la economía, el pleno empleo, impulsará la cultura y a la misma ciencia. El Homo sapiens debe dejar de ser un burro de trabajo, aunque las EPS pongan el grito en el establo.



