Hace unos años, Richard Thaler (Premio Nobel de economía en el 2006) y Cass Sunstein, escribieron una interesante obra llamada “Nudge”, la cual, según sus propios autores, pretende ubicarse afuera de la grieta entre izquierda y derecha, o entre demócratas y republicanos, para ofrecer una salida a controversias diarias y alojadas en la “arquitectura de la decisión”, a partir de una lectura de la misma proveniente tanto de las neurociencias como de la teoría económica.
Esta publicación reconoce la problemática de los elevados consumos de azúcar, de la dificultad para elegir alimentos de mejores tasas nutricionales, en especial en escenarios de alta sensibilidad social, como los comedores escolares. Sin embargo, se toman el trabajo de ofrecerle a los Policy Makers una perspectiva que incluye los diversos comportamientos de los consumidores, las decisiones ensambladas en un esquema racional de pensamiento y aquellas que suelen adoptar los compradores de manera sesgada o alejada de los parámetros lógicos y para las cuales solo se encuentra explicación en los automatismos que están detrás de tales determinaciones.
Marcas, partidos políticos, fechas de vuelos, colores de ropa, estaciones de gasolina, y muchas otras elecciones las hacemos sin razonar a profundidad las causas y efectos que nos llevan a preferirlas, lo cual nos facilita enormemente la vida o de lo contrario tomaríamos igual cantidad o más tiempo haciendo una compra que eligiendo una profesión o el nombre de nuestros hijos (aunque no necesariamente las personas dedican demasiada energía a estas decisiones).
Tratar de inducir al consumidor, con una pequeña ayuda, para que resuelva comprar y consumir aquellas cosas que más le convienen para su salud, lo cual impacta positivamente, no solo en el bienestar de los ciudadanos sino en la financiación de los sistemas de salud, sería una meta noble de este método “libertario” de intervención estatal en la economía, sin embargo, las leyes de etiquetado frontal en algunos países abordaron la problemática desde la óptica colectivista de la represión o la censura.
Las mediciones efectuadas en los distintos países de la región indican que la mayoría de las personas no dan vuelta a los productos para revisar sus contenidos, usualmente en letra chica, y tampoco advierten la presencia de componentes nocivos para su salud. Azúcar (añadida o no), grasa (polisaturada o trans), kilocalorías, carbohidratos, gluten, y otros indicadores, otrora inadvertidos, hoy son demonizados; Ahora su presencia siempre se anunciará al frente y en colores y formas llamativas.
Por lo anterior, algunos países dejaron en las autoridades de salud del Gobierno la tarea de definir cuáles son esos componentes “críticos” para la salud y cuál es el tipo logo o imagen que debe ir asociada a su presencia (Colombia), en otros se definió una estrategia en la que una simple revisión del empaque, por la diversidad de colores, usualmente, rojo de advertencia para los componentes peligrosos y verde para los productos más saludables, sirve de ayuda neutral al consumidor (Corea del Sur, Singapur y UE) y en otros lugares, directamente, se adoptaron sellos negros y prohibición de cierto tipo de publicidad o estrategias de mercadeo para aquellos productos que el Estado (o las autoridades gubernamentales) clasifiquen como peligrosas (México).
Esta semana se aprobará, seguramente, el proyecto de ley en Argentina que incluso prohíbe que se usen personajes infantiles o información complementaria para a ciertos alimentos dañinos definidos desde el poder legislativo, lo que producirá un sinnúmero de reacciones naturales en los agentes económicos. Por ejemplo, ante la imposibilidad de usar deportistas o personajes famosos en su publicidad, así como la restricción total de estrategias de mercadeo, los costos de dichas campañas, al ser eliminados, probablemente se trasladen negativamente a los precios (reduciéndolos) y haciéndolos más baratos que aquellos productos definidos como “saludables” por la ley. De manera que, los productos nocivos puedan ser adquiridos más fácilmente por personas con bajos ingresos; un efecto execrable que seguramente nadie quiso generar con la ley.