Hay momentos en que el silencio es una forma de encuentro con uno mismo. Son minutos en que dejamos que nuestra imaginación viaje o se detenga, para recrear instantes vividos o por vivir, olvidándonos del tiempo para dedicarnos a divagar entre sueños y contemplar sin perturbaciones, lo que deseemos hacer o estemos haciendo.
Hay tiempos en que el amor silencioso, el de las caricias y besos, el de juntar las manos y caminar, el de mirarse y sonreír, el del abrazo sin ruido, el de un te quiero con los ojos, nos llenan de satisfacción y de tranquilidad e inclusive nos transportan a mundos de complacencia plena.
En el ámbito de la comunicación humana, hay silencios que nos ayudan a reflexionar, a pensar en nosotros mismos y a comprender mejor la realidad, y le dan claridad a nuestros actos. Esto no quiere decir que no haya comunicación, solo deseamos que este momento silencioso nos ayude a encontrar la salida a nuestras preocupaciones o nuestros atascos mentales, a surtir de belleza y comprensión profunda las cosas y a valorar el mensaje silencioso que nos aclare las ideas.
También, hay momentos en que el silencio manipula para castigar. Una manera de dejar claro que aquí mando yo o de imponer nuestras normas: o las cumples o te largas. Una forma nada sutil de manipular a la otra persona o de imponerle la ley de hielo, como se conoce, cuando se trata de aplicar un castigo, justificándolo con frases como “mejor me callo, no quiero discutir”, “prefiero no decir nada, para no arrepentirme” etc.
Un resultado que nos puede llevar a perseverar en una actitud de frialdad distante y carente de empatía, que puede durar mucho tiempo. Debemos estar atentos al llamado silencioso, desterrar el orgullo y valiéndonos de la verdad, romper el silencio dañino, para cambiarlo por el amor, que busca los caminos del entendimiento y el razonamiento lógicos.
En política, el quedarse callado, es aceptar la realidad que conviene a muchos, mientras el mundo se está derrumbando, llevado por la ignorancia, el desconocimiento de la verdad social, económica y de la corrupción moral.
Estos sujetos eligen esconder sus opiniones reales y seguir fingiendo un bienestar de complacencia con quienes les inspiran terror. Puede ser comprensible, si bajo estos silencios, se esconden amenazas para el que se desprende del yugo y grita basta. ¡Terrible injusticia! Es necesario poner barreras contra la desesperación, afrontando la realidad, no debemos dejarnos ahogar. Debemos con inteligencia, buscar el camino que no incomode, que nos de seguridad, sin dejar de lado nuestro pensamiento o deseos internos.
La libertad de expresión nos permite estar disconformes y opinar por medio de la escritura o del habla, nuestro pensamiento, nuestro criterio o nuestro deseo, siempre y cuando nos expresemos con la verdad, sin ofender ni maltratar.
Por consiguiente, el silencio tiene varias facetas: según como se empleen, encontraremos luz, esperanza, paz, sombras, maldad o desesperación.
El ser humano, tiende a captar la opinión de los demás sin afianzar la suya, sin tener en cuenta que esas opiniones pueden ser inconstantes, inciertas, frágiles etcétera. Lo correcto sería, no necesitar más que de su resolución, para no depender de la influencia de nadie. Solo basta mirar silencioso el entorno que le rodea y sacar conclusiones propias.