New York 2001. De repente, la oscuridad. Todo era confuso, el calor infernal en complicidad con un viento repulsivo, penetrante, de desolación, ruina y peste, se esparcían por todos los rincones del devastado planeta tierra.
En Know (laboratorio espacial de USA), científicos autorizados por la NASA, trabajaban en un proyecto secreto: el nuevo prototipo de seres humanoides robotizadados.
Max, imperfecto y sensible, humano, había salido de allí. Los científicos de Know no lograban encontrar una explicación satisfactoria para aquel resultado tan repulsivo. No tardaron en ocultarlo. Durante años, fue el conejillo de indias, sin ninguna aportación.
Un día, de cualquier mes, año, o siglo, fue introducido en una nave con su loro “Alas” -hijo de know-, y su humanidad, despedida cual mole de carne, al capricho de las tinieblas. El tiempo transcurrió, su cuerpo se acomodó a la modorra inmovilizadora, mientras la cápsula, azotada por las inclemencias del tiempo, era manejada desde Knouk, cada vez más xenófobo, menos idílico, más aterrador y contradictorio.
Pasó un año recluido en la nave espacial, Max investigaba el lugar a través de cámaras flotantes con auto-propulsión manejadas a control remoto.
Cualquier día, los científicos activaron los sensores. Max salió acompañado de la minúscula cámara programada, «Alas», y mucho temor. Cada día avanzaba en su recorrido, analizaba los diferentes elementos que encontraban y agrupaba dicha información en el transmisor instalado dentro de sus gafas, que la transfería a su sistema cerebral, comprimido por Know.
Transcurrió mucho tiempo antes de que Max se diera cuenta de que no seguía siendo el conejillo de indias, lo habían abandonado a su suerte. Sufrió grandes cambios físicos e internos, los sensores de su nave rudimentaria dejaron de funcionar, y la comunicación con Know, se rompió. Max quedó confundido entre los enigmas de su propia existencia y la soledad de un entorno vacío, que reclamaba vida, luz y compañía.
Condenado a estar solo, combatido por un mundo que le cerró las puertas, su humanidad se desplomó al capricho del destino. De repente, una sustancia amarillenta emanó de la tierra. Cogió un poco para estudiarla. «Alas», bebió de ella, buscó el espacio exterior y se perdió, dejando a Max ocupado en sus enredadas conjeturas.
Horas después, Max bebió una gran cantidad, y se desplomó sobre el césped chamuscado. Los extraños fibroblastos de su avejentada piel transformaron su naturaleza, mermó el peso de su cuerpo y partió.
Advirtió su vuelo de pájaro, distinguió la anarquía y lloró. Subió hasta donde pudo abrir las puertas de los bucles del tiempo y se fusionó con el cosmos. Pudo volar sin alas, observar sin ser visto, ser sol, luna, esperanza, estrella, agua, luz… no quería volver a Know ni a la tierra destruidos por humanos.
Descubrió el desbarajuste interior de la raza humana, el campo de la muerte donde los verdugos eran barbaros deseosos de arruinar lo creado. Despertó su deseo de desechar las tinieblas y olvidar la tristeza de años. Voces lejanas, gritos, risas, llantos, sensaciones extrañas e indefinidas, lo perseguían… no les podía quitar la máscara. Abrió los ojos. Confuso escuchaba (2011), el reporte televisivo, las remembranzas de la destrucción de las torres gemelas… ambulancias, gritos…
Desde su cama de Hospital, había roto los vínculos con la soledad, después de diez años, del aterrador suceso.