Ni Jaime Vides, ni Armando Rivero ni yo sabíamos diferenciar una gaita de un porro y ese era el pereque más divertido cuando nos encontrábamos en algún lado y empezábamos a hablar de nuestras pasiones, que no iban más allá del periodismo y las gaitas. No pasábamos de San Jacinto ni de Ovejas, pero no prestamos atención a las críticas, porque sabíamos que hacíamos lo correcto. Armando era el más pichón del trío, pero era el más entusiasta.
Jaime Vides fundó con Alfonso Muñoz el programa gaitas y tambores, en radio Caracolí que se emitía al mediodía los sábados y la gente bebía en las cantinas con el magazine, mientras la oposición decía que las madres amenazaban a sus hijos con ponerles aquel programa si no se tomaban las sopas. Y sólo se reían.
Jaime se fue para Bogotá y llegó Armando Rivero Manjarrez, con una voz rural y sincera, quien fundó “El universo de la gaita”, que mantuvimos en Unisucre FM Stereo mientras estuve en su dirección.
Armando era colaborador y siempre anduvo con la gente de la gaita y la cultura, hasta que recaló en el magisterio. Su madre tenía una chacita en la plaza principal de Ovejas, al lado de la iglesia y su padre era tabacalero.
El desaparecido maestro ingresó en uno de los comités de apoyo a la Junta del Festival Francisco Llirene y llegó a ser durante cuatro años el presidente.
Ser presidente del festival de gaitas de Ovejas es tan o más importante que ser alcalde, porque eso es una especie de Estado que lucha por la salvaguarda del espacio más ancestral de Colombia, el de las chuanas.
Y Armando, aunque fue presentador oficial del festival y como yo, nunca supimos diferenciar un merengue de una gaita corrida, también fue presentador de Telecaribe y jamás cambió su cara de niño inocente, aunque su voz grave dijera otra cosa. Injusto, injusto, demoledor, angustioso que a un hombre de gaita y cultura lo hayan citado para matarlo. No hay derecho.