Los Estados Unidos descertificaron al inquilino de la Casa de Nariño, no a Colombia. El informe sostiene que “bajo el liderazgo del presidente Petro, el cultivo de coca y la producción de cocaína han alcanzado niveles récord, mientras que el Gobierno colombiano ni siquiera ha cumplido sus propias metas de erradicación de coca, que fueron considerablemente reducidas, lo que ha socavado años de cooperación mutuamente beneficiosa entre nuestros países contra el narcoterrorismo […] el cultivo de coca y la producción de cocaína han alcanzado niveles récord históricos bajo Petro y sus fallidos intentos de llegar a acuerdos con los grupos narcoterroristas solo han exacerbado la crisis [y] el incumplimiento de Colombia de sus obligaciones en materia de control de drogas durante el último año se debe exclusivamente a su liderazgo político”. Más claro, imposible.
Petro se descompuso. Sostuvo que «arriesgó su vida” en la lucha contra el narco, que no “calculó que el poder político en EE. UU. quedara en manos de los políticos aliados con el paramilitarismo”, que no va a «arrodillar a la nación”, y que «no somos cipayos”.
Lo de la vida arriesgada en el combate contra los narcos es groseramente contrafáctico. Petro ha estado aliado con los narcos desde que le financiaban viviendas en el barrio Bolívar 83 en Zipaquirá, donde inició su vida política y subversiva, y cuando Pablo Escobar pagaba el asalto al Palacio de Justicia para asesinar a los magistrados de las salas Penal y Constitucional de la Corte —encargadas de la extradición— y desaparecer los respectivos expedientes.
Con la mafia se coaligó también durante la campaña. De acuerdo con las confesiones de su hermano y de su primogénito, ganó las elecciones por el Pacto de la Picota y le financiaron su campaña (Hombre Marlboro). Recibieron plata de “Sobrino” en Casanare y de “Papá Pitufo”, zar del contrabando y del lavado de activos, e hicieron uso intensivo de la narcoavioneta.
Ya en el Gobierno, suspendieron la erradicación manual forzada, promovieron asambleas cocaleras pagadas por el Estado, presentaron proyectos de ley para legalizar la coca y la cocaína, plantearon crear una empresa nacional de coca para constituir un monopolio gubernamental y que el Estado la comprara directamente a los campesinos. Como resultado, incentivaron más siembras ilícitas.
Al mismo tiempo, negaron la existencia del Cartel de los Soles, suspendieron órdenes de captura y extradiciones, liberaron capos a lo largo y ancho de todo el país con el pretexto de dialogar con sus bandas, y les dieron tribuna y micrófono. Hace pocas semanas propusieron una ley para favorecerlos penalmente y legalizar parte de su fortuna: una descarada operación de lavado de activos. Con el pretexto de la “paz total”, impidieron que militares y policías adelantaran “acciones ofensivas” contra los grupos mafiosos y debilitaron a la Fuerza Pública.
Las consecuencias han sido catastróficas. Si en 2021 había 204 mil hectáreas de coca, al 31 de diciembre de 2023 ya eran 253 mil. La producción de cocaína pasó de 1.400 a 2.664 toneladas. Por razones que la ONU no ha explicado, no sabemos las cifras para finales de 2024, pero no hay ninguna razón para pensar que no sean aún peores.
Petro y la izquierda intentan matizar el desastre con las cifras de incautación. Son las más altas en números absolutos —746 toneladas en 2023—, pero muy bajas en relación con la cantidad de cocaína producida. Si en 2021 las incautaciones correspondían al 48 % de lo producido, en 2023 fueron apenas del 28 %. De hecho, es el peor porcentaje de incautaciones en al menos dos décadas. El país está inundado de coca y de cocaína, y los grupos violentos tienen más dinero que nunca. Si de rodillas se trata, Petro se arrodilló ante los narcos y es su cipayo.
Para rematar, recientemente hizo nuevas declaraciones imprudentes y peligrosas para el país. Anunció que no compraría más armamento norteamericano, que interrumpiría de nuevo la erradicación forzada y que no extraditaría a unos narcos con los que está “dialogando”. Más favores a los narcos y más motivos para la molestia norteamericana. Con semejante rabo de paja, y viendo lo que pasa en el vecindario, mejor haría en no acercarse a la candela.



