Colombia atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia reciente. Convulsionada por la violencia del narcoterrorismo y desgarrada por el fracaso de un gobierno de izquierda que prometió cambio y transparencia, pero terminó sumido en la ineptitud y la corrupción más rampante, nuestra nación se encuentra de nuevo frente a la encrucijada de su destino.
Los hechos recientes no son menores: el inicio de una campaña presidencial ensangrentada por el atentado y posterior asesinato del precandidato Miguel Uribe Turbay; la condena del expresidente Álvaro Uribe Vélez en un proceso señalado por sus vicios, impregnado de ideología y sospechas de corrupción en los estrados; y, como si fuera poco, la descertificación de Colombia por parte de Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico, que nos devuelve a la categoría de Estado debilitado y sin rumbo.
En medio de este panorama desolador surge con fuerza lo que he decidido llamar el efecto Rugido del Tigre. Se trata de la irrupción en el escenario político nacional de Abelardo Gabriel de la Espriella Otero, el abogado que ha demostrado a lo largo de su carrera una versatilidad admirable: defensor en los estrados, empresario exitoso, voz crítica en los medios y ahora, figura que despierta pasiones en la arena política.
Abelardo, conocido como “El Tigre”, ha generado un verdadero revolcón en la política colombiana. Su aparición no solo ha alterado los cálculos de la izquierda, que lo ve como un adversario de pasos firmes y resonantes, sino que también ha movido las aguas en el centro y en la derecha, donde las aspiraciones presidenciales de Cabal, Holguín, Valencia, Dávila, Moreno y otros empiezan a sentirse eclipsadas por la fuerza de su rugido.
El Tigre no es un político tradicional, y eso, lejos de ser un defecto, se ha convertido en su mayor fortaleza. Representa la voz de un país cansado de la politiquería, hastiado de las falsas promesas y de gobiernos que terminan gobernando para sus camarillas o para sus socios ideológicos. De la Espriella se ha posicionado como un líder dispuesto a asumir la tarea de recuperar a Colombia de las fauces de la izquierda radical y sus aliados, que han encontrado en Gustavo Petro el estandarte de un proyecto que ha hundido al país en la desesperanza.
Sin embargo, no basta con el rugido del Tigre. Este debe convertirse en el eco de una unión real de quienes de verdad aman a Colombia. Los múltiples aspirantes de la derecha y el centro deben entender que los egos y los protagonismos individuales solo conducen al fracaso colectivo. Si Cabal, Holguín, Valencia, Dávila, Moreno y los demás persisten en sus ambiciones personales, terminarán dividiendo al electorado y abriendo de par en par la puerta para que el petrismo o sus herederos se perpetúen en el poder. Esa sería la peor traición a una nación que clama desesperadamente por un cambio verdadero.
El mensaje es claro: o se suman todos al zarpazo del Tigre, o lo que tendremos será una derrota asegurada. Colombia no resiste más improvisación ni más desgobierno. El país necesita un liderazgo firme, con carácter, capaz de enfrentar a la corrupción sin arrodillarse ante los poderes de turno, capaz de mirar a los ojos al pueblo colombiano y decirle que es posible recuperar la grandeza que alguna vez nos caracterizó. Abelardo de la Espriella ha demostrado tener el temple y la valentía para asumir ese reto, pero solo la unidad hará posible transformar esa fuerza en una victoria real.
La izquierda, con Petro a la cabeza, desaprovechó la oportunidad histórica que el pueblo le concedió. Fue el mismo pueblo el que confió en un cambio que nunca llegó. Prometieron combatir la corrupción y lo que hicieron fue multiplicarla. Prometieron paz, y lo que recibimos fue más violencia y más sangre. Prometieron justicia social, y lo que entregaron fue división, persecución ideológica y pobreza creciente. Colombia no merece este presente. Colombia quiere resurgir de las cenizas que ha dejado el voraz incendio del desgobierno, y ese anhelo de renacer solo podrá hacerse realidad con un liderazgo distinto.
Hoy el efecto Rugido del Tigre se siente en todos los rincones de la nación. Es un fenómeno que incomoda, que desafía, que rompe los esquemas de la política tradicional. La pregunta no es si Abelardo de la Espriella tiene la fuerza para convertirse en presidente, sino si los demás actores políticos estarán a la altura de este momento histórico. La patria nos exige desprendernos de los intereses individuales y poner por encima el bien común.
El futuro de Colombia depende de la unidad, de la decisión firme de rescatarla de las garras de quienes han hecho del poder un festín para ellos y un calvario para el pueblo. El Tigre ha rugido, y ese rugido ya retumba en la conciencia nacional. Ahora corresponde a todos los que aman a esta Patria decidir si se suman a esta cruzada o si, por el contrario, con su mezquindad permiten que continúe la tragedia.
Colombia merece más. Colombia merece esperanza, liderazgo y grandeza. El efecto Rugido del Tigre puede ser el punto de partida. Pero el desenlace dependerá de nuestra capacidad de unirnos y actuar como una sola nación.



