Una reflexión crítica sobre el momento político de Colombia, el rol de las nuevas generaciones y la influencia persistente de los viejos liderazgos.
No hay candidat@ presidencial en la derecha ni en la izquierda, menos en el centro. Ha habido una serie de movidas políticas con candidat@s aparecidos de las caricaturas, como si el país estuviera en una comedia y no precisamente la divina.
Sorprende esta tierra donde todavía quienes manejan los menesteres políticos de las nuevas generaciones son los casi octogenarios jugando papel principal, cuando deberían estar en el consejo de relatos y asumiendo sus errores, más que determinantes de los hilos de la nación.
A mí, particularmente, la reunión del expresidente Álvaro Uribe con el expresidente Gaviria —pronto a aterrizar “Lolita Express”— me parece una derrota para las nuevas generaciones, que no se ven por ningún lado haciendo verdadera presencia, ni tomando determinaciones. ¿Dónde están? ¿Por qué no dicen nada? ¿Qué les pasa? ¿Cómo es posible que Uribe y Gaviria, entre otros, después de decirse de todo, sean los que definan el futuro de este país?
Eso no puede ser. Nadie de la derecha dice nada. Todos en genuflexión acerebral. ¿Dónde están los líderes? ¿Por qué un Francisco Santos, exvicepresidente, no dice “esta boca es mía” y lidera una masa como lo hizo con el “No más”? Nunca entenderé la reverencia como amistad, sino como irrespetuoso sometimiento.
¿Por qué a María Fernanda Cabal, valiente y valiosa mujer, no le he escuchado un solo pronunciamiento —al igual que a sus compañeros precandidatos del Centro Democrático— cuestionando el acto tan bajo del expresidente Uribe, consiguiendo aval al “oportunista” Juan Carlos Pinzón? Eso lo estipulo como acto desleal del expresidente Uribe contra quienes han creído en él —sus precandidatos—. Nadie dice nada. ¿Quién ha dicho que decirlo es faltar al respeto al expresidente Uribe?
Al contrario, decirlo de frente es respetarlo a él y exigirle respeto, que no lo ha dado. Insistiré hasta la saciedad que el absolutismo del “que diga Uribe” nos conduce a la derrota. Después vendrán mil explicaciones. Ni los circos llenos eligen. Los he visto derrotados infinidad de veces.
Petro se reirá en su lunático entorno de todas las de caminar que está metiendo la derecha. Petro tiene poder, dinero, ambición, dispuesto a todo para permanecer en él y seguir descuadernando la nación, mientras la derecha no es capaz de organizar siquiera sus ideas, sino seguir ciegamente, sin musitar y con temor a no hacerlo, al expresidente Uribe.
Esto debería tenerlo claro el gobierno de Trump: que Uribe tiene un potencial importante de votación, pero como va, creyéndose aún absoluto dueño de la verdad y erudición —que ha sido anteriormente derrotado— no coloca presidente. Esos tiempos del “que diga Uribe” pasaron.
Pinzón, que no tiene nada que andar inventando, no llena las expectativas ni de Ingrid Betancourt, con quien pronto se estará halándose las mechas, que ambos tienen de dónde.
Si la derecha —por egoísmo, temor, menosprecio, ira, eco al cuento chimbo y rebuscado del apellido, envidia— no mira a Francisco Santos como presidente y no lo invita a participar, y el mismo Francisco Santos no muestra su interés, se está perdiendo la ficha que ni a Trump y Marco Rubio —que están jugando un papel— les muestran, siendo una real oportunidad de encausar lo descarrilado. Francisco Santos tiene la madurez perfecta para hacerlo bien, amén de trabajo político que son votos.
Reitero mis respetos al expresidente Álvaro Uribe, pero de mi parte, el país no aguanta un “más me equivoqué”, al extremo de que sonaría a movida política adrede para mantener vigencia.



