“…los rostros cambiaron también”. Fernando Soto Aparicio
Obviamente, es en sentido figurado, no fueron ratas las que se rebelaron en Timbalí, el quimérico poblado de Soto Aparicio, y tampoco fueron ratas las que el pasado octubre se rebelaron en Cartagena de Indias; fueron, en uno y otro caso, valientes y decididos ciudadanos que hastiados de la injusticia se levantaron contra el opresor, la injusticia y la corrupción.
Pero si a los de Timbalí no sólo el opresor extranjero los despojó de sus tierras, sino que además los convirtió en especie de ratas, como ellos mismos se consideraron por horadar cavernas en búsqueda de carbón, a los de Cartagena no fueron precisamente los “extranjeros” o advenedizos los que nos habían despojado de todo, hasta de las esperanzas, fueron también los nacidos en esta villa.
De análogos con los hechos de la reciente historia política de Cartagena podríamos asegurar que son los acontecimientos que en el imaginario Timbalí retrató de manera dramática y descarnada Fernando Soto Aparicio, en su obra “La rebelión de las ratas”, repito, ratas en sentido retórico o figurado.
Del boyacense Timbalí cuenta Soto Aparicio en su narrativa que antes que a este poblado llegaran los “gringos” con sus pesadas máquinas y excavadoras para apropiarse de la tierra y extraerle sus recursos mineros, era Timbalí un apacible lugar, lleno de paz y justicia, de verdes parajes y suelos fértiles y donde el único ruido que se escuchaba era el canto de las aves.
Pero los “gringos” con sus máquinas dañaron el suelo, afectaron la producción de cultivos, impactaron sobre las costumbres y el hablar de los pobladores, cambiaron el canto de las aves por el pito y el crujir de las excavadoras y terminaron por convertirlos en obreros de un oficio que, como la minería, que no sólo era una ocupación extraña para ellos, sino una arriesgada labor por la que además poco dinero recibían por ella.
Entonces, por causa de este abuso del extranjero contra el nativo surgió Rudecindo Cristancho, ese tipo de líder que emerge y decide abanderar un proceso de rebelión que le devuelva a la población de Timbalí el estado natural de las cosas, y dejen la ajena y dura labor de mineros que los había llevado a considerarse ellos mismos como ratas que cavan sus propias madrigueras.
“La Rebelión de las Ratas” narrada por Fernando Soto Aparicio es el reflejo de la angustia y explotación que sufre un pueblo, que sufren los campesinos de Timbalí, lo cual también podría decirse de la situación de aflicción que por varias décadas y por causa de la degradación administrativa venían sufriendo los cartageneros pero que con el voto libre del pasado octubre decidieron romper las cadenas de la corrupción.
Y si a Timbalí llegaron las multinacionales mineras con sus extranjeros y con sus pesadas maquinarias para irrumpir en la tranquila y apacible boyacense población, a Cartagena, a partir de la elección popular de alcaldes, también llegaron unos “extranjeros”, unos forasteros e intrusos que con una pesada y brutal maquinaria de corrupción irrumpieron en la ciudad y en su administración para taladrarla y despojarla de sus recursos públicos, en especial los de la inversión social.
Finalmente, como en Timbalí, en Cartagena de Indias se llegó a pensar y hasta aceptar que ante el corrupto opresor que gobernaba era poco lo que se podía hacer y que ante ello lo mejor era actuar y proceder como ellos lo hacían; por ello, y ya no en el sentido alegórico a las ratas de Soto Aparicio, sino en el vernáculo lenguaje cartagenero, no son pocas las ratas que ante la asunción de un nuevo esquema de gobierno, no son pocas las ratas que permanecen en estado de rebelión.