Allá en lontananza diviso un halo de esperanza sobre la buena fe de las personas. ¿Por qué muchos van constantemente en contravía de otros? Algunos no descansan hasta ver derrotados a sus semejantes, y, otros, viven defendiéndose de dardos constantes, lo que termina en agrias disquisiciones sobre nuestro proceder.
En aquellos desalmados, que desean profusamente el mal a otros, solo pugna el veneno de la envidia, y el rencor. Constantemente se convierten en jueces de sus semejantes sin tener autoridad moral para ello.
El sabio Siddhartha Gautama nos transmitió que “la lengua es como un cuchillo afilado, mata sin extraer sangre”. ¿Por qué somos proclives a acusar sin conocimiento de causa? ¿Se nos convirtió esta mala conducta en cultura? Hoy, definitivamente, no construimos con las palabras, nuestro deseo es destruir esos castillos de naipes que otros han edificado.
Todos anhelamos un mundo en donde podamos vivir sin estar fatigando a nuestros semejantes, debemos vivir nuestra vida y, respetar al otro, cada cual es feliz en el camino de su vida y nadie posee la varita mágica de la perfección, no lo somos. Todas las personas tienen el derecho de hacer su vie de chateau, a su ritmo, no al compás de otros.
El pensador chino Confucio nos dijo que “la vida es simple, pero insistimos en hacerla complicada”. Es así, como todos debemos respirar y dejar que otros también lo realicen de manera sencilla, sin alteraciones, subterfugios o discusiones bizantinas, sin sentido. La vida no es momento para sollozar, es un instante para ser felices y construir unidos ese edificio con escaleras empinadas por momentos, y otros peldaños más llanos y fáciles de acceder y solucionar. La existencia nos conduce a una escalera de eventos, experiencias y decisiones. No debemos detenernos, sino progresar, pero advirtiendo que igualmente supondrá diversos sacrificios. Solo nosotros seremos los responsables de lo rígido e inclinado que pueda ser nuestro vivir.
Esos otros, de los cuales nos diferenciamos, en valores, religión, idiomas y, hasta en los sueños, tienen derecho a vivir su vida como les plazca, siempre y cuando no vulneren los derechos de los demás.
Nadie posee la verdad absoluta. Cuántos problemas nos evitaríamos, si todos comprendiéramos el valor de esta diferenciación y no nos dedicáramos al ditirambo o la crítica destructiva sin afectar los distintos patrones culturales que tiene nuestra sociedad. Recordemos aquello que dijo Jesús de Nazaret a sus seguidores: “el que se sienta libre de pecado que arroje la primera piedra”.