En marzo 20 del año pasado el presidente de Colombia Iván Duque declaró una cuarentena, que a pesar de relajaciones en las medidas, continúa limitando nuestra vida. Las vacunas han ido llegando a cuentagotas. Pero este martes alcanzamos la cifra de 976.137 vacunas aplicadas. Eventualmente alcanzaremos un número importante de colombianos vacunados y la vida cambiará gradualmente.
Permítanme ser optimista y comenzar a imaginar un futuro con vacunas. ¿Cómo va a ser ese futuro diferente a nuestra vieja normalidad?
La pandemia nos obligó a descubrir el potencial de herramientas tecnológicas ya conocidas, así como sus limitaciones. Las reuniones de zoom se han robado la experiencia de compartir un espacio, tan importante para solventar conflictos, y el contacto físico, tan relevante en nuestra cultura y forma de comunicación. Por otro lado, las reuniones virtuales han creado conexiones que de otra manera no habrían sucedido.
A través de zoom, participé en un curso de periodismo con la Silla Vacía y reconocidos expertos políticos. Sin pandemia y sin zoom, tal curso habría sucedido en Bogotá y sería una oportunidad pérdida, entre tantas, por el simple hecho de haber nacido fuera de la capital. De la misma manera, personas de diferentes regiones se han unido a eventos de participación política, de los que generalmente son marginados por no vivir en Bogotá.
En nuestro país excesivamente centralista, las reuniones virtuales tienen un potencial increíble para conectar las regiones con el Estado, que se concentra injustamente en Bogotá, beneficiando las propuestas de los ciudadanos establecidos allá, o a aquellos con la solvencia económica para viajar con frecuencia. Tanto así que un costeño en Bogotá tiene más chance de encontrar a su senador o representante, que un costeño en Cartagena. Son deficiencias de nuestro sistema que la tecnología puede aliviar ahora y en un futuro, donde la distancia continuará siendo una barrera.
No es que quiera negar el tedio de la virtualidad. Esta me ha enseñado la importancia del trabajo presencial y lo sagrado de las tertulias con amigos y familiares -si se les saca provecho. Así como me hizo reflexionar en el valor tácito de los eventos a gran escala: crear un sentido de comunidad, tan necesario en nuestra sociedad colombiana.
Como sociedad, espero que mantengamos el recuerdo fresco de la rapidez con la que llegó el cambio y la versatilidad que demostraron las instituciones. Transformamos nuestra forma de vivir y nuestros patrones de consumo en cuestión de días porque así se estipuló en la ley en nombre del interés colectivo. De la misma manera, debemos a exigir a nuestros gobernantes planes ambiciosos para proteger nuestro hogar contra la creciente amenaza del cambio climático, aunque suponga sacrificios inmediatos. Sacrificios que, aunque promovidos por la ciudadanía, requieren ser implementados con la fuerza del Estado. De lo contrario, regresarán las malas costumbres de la vieja normalidad.
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