No solamente en Colombia, pero un poco por todo el mundo, cuando se habla de impuestos y reforma tributaria, inmediatamente se levanta un tsunami de protestas.
El escrito más antiguo que se conserva, que hace alusión a los impuestos es del sabio indio, Manu. Y aunque tiene treinta siglos de antigüedad, parece que se escribiera ayer. Este documento dice: «Para que la dura obligación de pagar impuestos, no sea injustamente sentida, los tributos deben contemplar el total de los ingresos, porque no es justo que el ciudadano que gana 100 rupias, pague el 10%, y que pague también ese porcentaje quien gana 1.000 e incluso diez veces mil.» Me parece un principio justo y equitativo.
La recaudación de impuestos está legislada en las Constituciones de los respectivos Estados. Todos sabemos que los impuestos sirven para pagar los gastos del Estado y que gracias a estos es posible financiar la construcción de obras públicas como carreteras, estaciones eléctricas, aeropuertos, salud, educación, vivienda social, subsidios etc.
La recaudación de tributos es la principal fuente de ingresos de cualquier Estado, sin ellos no sería posible mantener un país. Cuando el político o el estado prometen que nos van a regalar salud, educación, casa, comida etc, nada es regalado porque todo sale de los bolsillos de cada ciudadano. En algunos países de nuestro amado planeta no les cuesta nada pagar impuestos, lo hacen con enorme sentido de pertenencia y amor patrio, porque en esos países los políticos de turno no roban el erario pero invierten lo recaudado en la calidad educativa, en el excelente servicio de la salud, en la cultura, en la investigación científica, en el desarrollo rural, en la modernización de las infraestructuras etc.
Esos países tienen un índice muy reducido y casi inexistente de corrupción y de evasión fiscal. Además los salarios que devengan los políticos de turno y de los que hacen parte de la estructura del Estado están acorde con la realidad económica de cada país, sin preventas y otros beneficios.
Ahora sabemos por qué en nuestra amada patria nos cuesta tanto pagar impuestos o escuchar hablar de reforma tributaria. Tenemos uno de los índices de corrupción y de evasión fiscal muy elevado. El rebusque y la informalidad crece cada día más. Un Estado paternalista que todo lo da jamás reducirá los índices de pobreza. El Estado tiene la obligación de crear oportunidades laborales para que cada ciudadano pueda progresar en la vida con un empleo dignamente remunerado. Para eso hay que ayudar a las pequeñas y medianas empresas, a los que quieren trabajar en el campo, el sector de la cultura y de la investigación.
Los ciudadanos están cansados de que les metan la mano en el bolsillo con la promesa del desarrollo, de la creación de oportunidad de empleo, de la modernización, del mejoramiento del sistema de salud y de la educación, cuando en la realidad esos dineros recaudados acaben en las manos inescrupulosas de unos pocos. Es injusto que se pida tanto sacrificio a la clase media sin ningún sacrificio de los dueños del sistema financiero y bancario y de todo el aparato del Estado.
Teniendo en cuenta la reacción de los partidos políticos, hasta de la bancada del gobierno, parece que esta reforma tributaria entró en el Congreso con el ataúd listo para su definitivo entierro. Ojalá, para el bien del país que atraviesa una grave crisis por la pandemia, que el gobierno, partidos políticos afines al gobierno y la oposición se sientan, dialoguen y juntos busquen una solución para sacar el país de este profundo letargo. No es la hora de los inútiles egos y peleas partidarias; todavía falta más de un año para la campaña presidencial. Esta es la hora de la unidad, si los congresistas todos, y el gobierno dan esa imagen de unidad, estoy seguro que la ciudadanía los acompañará, como hicieron en mi amado país.



