Son las ocho de la noche en la ciudad de Medellín y luego de una jornada de trabajo me dirijo en el metro de esta ciudad hacia mi casa, tratando de olvidar todas las pérdidas humanas y frustrado por la impotencia de no poder como médico acabar con la oscuridad en la que esta sumida nuestra sociedad en este momento de la historia.
Mientras estoy sentado con mi uniforme que está limpio y se ha cambiado antes y después de terminar el turno, las personas me miran y murmuran a pocos metros; logro escuchar un par de señoras que dicen en voz baja “es médico y fijo tiene Covid”. Me sonrió en silencio ante el valor de la primera impresión, pero mi sorpresa aumenta cuando los pasajeros que están a mi lado poco a poco se colocan de pie y durante todo el trayecto existe un aislamiento simplemente por pertenecer al gremio de la salud.
Como soy de los que pocas veces me quedo callado y no me tiembla la voz para cantar la tabla, le comento a las damas la siguiente frase “Efectivamente soy médico, pero no tengo Covid-19, estoy vacunado y si algún día me toca atenderlas con gusto lo hare”.
El silencio es sepulcral y más mi decepción al saber que muchos de mis colegas han sentido esta misma sensación al ser discriminados en supermercados, centros comerciales o cualquier lugar donde la ignorancia y la falta de empatía son el predominio de esta sociedad.
¿Será que se nos olvidó el papel que desempeña nuestro personal de salud?
Al iniciar esta pandemia los aplausos desde los balcones eran noticia, luego nos acusaron de ganar millonadas por cada paciente que ingresábamos con Covid -19.
Recuerdo como si fuese hoy cuando mi madre me llamó llorando porque algunos vecinos le preguntaban que si era verdad que nosotros teníamos un pago “especial” por diagnosticar esta patología y ella sabiendo lo que vivo en cada turno sentía rabia ante tanta blasfemia e incoherencia.
Esa falta de conexión entre lo que pensamos y colocarnos en el lugar del otro es lo que nos está llevando al abismo en el que actualmente está fundido nuestro país. El problema no es el presidente o los senadores o el ministro. El problema somos cada uno de nosotros que nos olvidamos de la esencia del ser humano al convivir en sociedad.
La falta de empatía, esa capacidad de ponernos en los zapatos del otro afecta de manera negativa el desarrollo social y no permite tener una convivencia sana respetando las diferencias y valorando el lugar que cada uno desempeñamos en este entramado social.
Quizá algunos pensaran que nuestra labor como galenos es la que nos toca, pero cuantos se han preguntado que sentimos en cada guardia o como esta nuestro estado mental cuando la frustración, la tristeza y la incertidumbre nos acompañan cada día al no saber hasta cuando podamos resistir esta pandemia.
Hoy quiero agradecer a través de estas letras a todos mis colegas y personal de la salud que llevamos más de un año luchando hombro a hombro e invitarlos a seguir entregando con pasión y gallardía lo mejor de nuestra profesión porque a pesar de que algunos se aparten de nuestro lado, otros tendrán en nuestras manos su única esperanza.