Me sigue encantando las épocas viejas, pero no por ser un hombre que vive en el pasado; el tiempo en el que vivo, tiene su grandeza y me gusta con todos sus defectos. Cuando escuchaba Tamakún en la radio, a propósito de estos momentos, historieta de origen cubana, en la época sin bloqueos, 1940. Ojalá pronto libre, y la dejen ser lo que ella quiera ser.
Me ayudan, los que tienen edad para hacer memoria; Tamakún, en las radionovelas y en las historietas, al llamar a su amigo, quien era un hombre africano de abundante melanina en la piel, le decía: “el hombre de Ébano”. Aunque de allí proviene la palabra ebanistería, ebanista, pues es una madera de color negro, a mí siempre me ha parecido una palabra poética; el problema es que no todo lo poético suena bien. Tengo un amigo de infancia, José Martín, no me hallo hablándole a otra persona sobre él de esta forma: no, me refiero a José Martín, el Negro, a cambio de: Martín, ¡hombre!, el de Ébano. Tal vez con mucho decirlo se podrían acostumbrar mis oídos.
En nuestro tiempo ha calado una palabra absurda pero aceptada por eruditos y bien hablados. Palabra adoptada en la Conferencia Regional de las Américas contra el Racismo en el año 2000. El racismo se origina en la ignorancia, y la tan mencionada palabra olvida un detalle de suma importancia: está fundamentada en un enorme error.
Hay fenómenos en la ciencia que pueden nombrarse como paradigmas; ejemplo, cuando creíamos que la Tierra era plana y todo el conocimiento, la literatura, la religión y las artes giraban en torno a ese saber, el cual se demostró errado y por eso se da el cambio de paradigma. Claro, sin desconocer y respetando la terquedad de sostener, hoy en día, que es plana. La tierra es redonda.
De la misma forma, el conocimiento actual en las diferentes ramas que van desde la paleontología y antropología hasta lingüística y genética, han llegado a una conclusión aplastante: toda la humanidad es afrodescendiente. Es asombroso como desde la lingüística puede seguirse el rastro de nuestras formas de hablar hasta África; claro, con ciertas discusiones sobre si fue en el centro, cerca al mar o en la selva que aparecieron las primeras lenguas.
Aún más impresionante, es la genética con sus estudios que ha podido demostrar hasta la saciedad nuestro origen africano; tanto que cada ser humano, en estos momentos, en el planeta Tierra, lleva los genes de una sola mujer africana de la cual se originaron todos los humanos, y algunos la llaman “la Eva Mitocondrial”. Estamos seguros que descendemos de una sola mujer, pues sus genes mitocondriales pasaron directamente a sus hijos.
No voy a entrar en detalles; si les picó la curiosidad, busquen en Internet: Eva mitocondrial. Sí, la Biblia no estaba tan perdida. Ahora, si fue con dos o tres hombres, eso ya es farándula. Lo cierto es que los genes mitocondriales demuestran que nuestro origen, desde el más blanco hasta el más amarillo de los hombres y de las mujeres de esta Tierra, provienen de África; si acompañas a la genética -como ya escribimos- de la lingüística (la cual sugiere un origen africano de la humanidad) y de la paleontología y antropología, con igual posición científica sobre el nacimiento de la especie Homo sapiens en África.
Decir que alguien es afrodescendiente es una tautología. Mejor, para no sentirnos muy finos al escribir: no dice nada nuevo; es como decir que un rolo es de Bogotá. Todos somos, nos guste o no, lo aceptemos o no, nos de asco u orgullo, descendientes de África.
Referirse a una persona como afrodescendiente, para distinguirla de otros que no llevan la misma cantidad de melanina en su piel, es tan denigrante como ser racista inconsciente y que los hay, los hay…” ¡No, yo no soy racista! ¿Viste que el hijo le salió morenito, morenito…?”
Yo, me confieso ante ustedes, tengo poca melanina en mi piel; tan poca que, al criarme en una ciudad tropical, donde las pieles oscuras eran la mayoría, sufrí de las siguientes acusaciones: piel de calango, yuca pelada, descolorido. Un racismo invertido; ¡cómo me hubiese gustado en aquel tiempo saber que soy tan afrodescendiente como mi amigo José Martín!
Despigmentemos esa palabra absurda y tan mal colorida. Todos somos afrodescendientes



