El triunfo de Trump en Estados Unidos, además de una dura derrota de la agenda woke, representa un desafío en materia de geopolítica, relaciones internacionales y diplomacia.
Más allá de sus posiciones en campaña, que pueden interpretarse como parte de su estrategia electoral, como presidente electo Trump ha hecho un aluvión de declaraciones que vale la pena observar con mucho cuidado. Entre ellas, ha afirmado que México está “controlado por los carteles” y que designará a esos carteles «como organizaciones terroristas extranjeras inmediatamente”; que «debe dejar de permitir que millones de personas se vuelquen sobre nuestro país” y que iniciará el mayor plan de deportación de extranjeros de la historia. También sostuvo que no descarta el uso de la fuerza para asegurar el control del Canal de Panamá, del que dijo que era «vital para nuestro país».
Advirtió que, si los rehenes israelíes de Hamás «no están de vuelta para cuando asuma el cargo, estallará el infierno en Oriente Medio, y no será bueno para Hamás ni para nadie”. Mientras tanto, los republicanos aprobaron en la Cámara de Representantes un proyecto de ley para imponer sanciones y cortar la financiación de la Corte Penal Internacional, todo ello como respuesta a sus órdenes de detención contra el primer ministro israelí Netanyahu y su exministro de Defensa. Además, tras la detención de María Corina Machado por parte del régimen chavista, reconoció a Edmundo González como el presidente legítimo y exigió que “estos luchadores por la libertad no deben sufrir daño y deben permanecer seguros y con vida”.
De lo dicho por Trump, hago énfasis en las líneas que más impactan en América Latina. El multilateralismo, la prevalencia y el respeto por la diplomacia tradicional, así como el papel de los organismos internacionales como la ONU y la OEA, entrarán en el congelador los próximos cuatro años.
La nueva administración norteamericana retomará con fuerza la lucha contra el narcotráfico y parece estar dispuesta a usar no solo estímulos para ello, como el Plan Colombia, sino también sanciones económicas contra los gobiernos que no colaboren en este propósito. La presión la sufrirá, en mayor medida, México, pero es previsible que también Colombia, aunque está por verse si con menor énfasis. Es claro que terminará la tolerancia norteamericana hacia la claudicación de Petro en la lucha contra el narcotráfico. Por cierto, la afirmación de Trump sobre un México controlado por los carteles es válida también para Petro, entregado a los narcos.
Aumentará la presión sobre México, los países centroamericanos y Colombia para que no permitan el paso por sus territorios de inmigrantes hacia los Estados Unidos. Además, pondrá en práctica una política de deportación masiva y presionará a los países de origen para que acepten sin demoras la devolución de sus ciudadanos. La idea de Petro de un corredor controlado en el Darién para facilitar el tránsito hacia Centroamérica muere antes de nacer. Y su discurso sobre la supuesta responsabilidad del norte en estas migraciones encontrará un fuerte rechazo por parte de la administración Trump. Hay que recordar que Colombia ya no es solo un país de tránsito, sino que, desde Petro, también es uno del que migran masivamente sus ciudadanos.
La nueva administración de la Casa Blanca tendrá poca tolerancia con los coqueteos hacia China, el gran adversario global. El discurso de Trump sobre el canal de Panamá, más allá de un enorme exabrupto a la luz del derecho internacional —porque no hay duda alguna de que el canal es panameño y de que la amenaza de usar la fuerza es inaceptable—, se explica por la percepción en Washington de que los anteriores gobiernos panameños se equivocaron gravemente al otorgarles a los chinos el control de puertos en Colón y en Balboa, sobre los dos océanos. El ejemplo de Yibuti, situado a la entrada del mar Rojo y el canal de Suez, donde el puerto se convirtió en la primera base militar de China en el extranjero, encendió aún más las alarmas.
La declaración de Trump sobre María Corina y González, además de haber sido determinante para la liberación de la primera, muestra que la línea para Venezuela la trazarán Marco Rubio y su equipo. Si bien las prioridades seguirán siendo China, Rusia, Ucrania y Oriente Medio, la tolerancia con el régimen de Caracas será mucho menor que la que tuvo Biden, quien se desentendió de Venezuela (y de Colombia) para no abrir un frente nuevo. Con Lula enfermo y un creciente número de gobiernos girando a la derecha, la izquierda estará más aislada, y los contrapesos regionales a los Estados Unidos serán mucho más débiles.
Reflexión final: En sus últimas declaraciones, Petro parece dispuesto a buscarle pleito a Trump, siguiendo la línea típica de la izquierda extrema latinoamericana de encontrar un enemigo externo al cual culpar de sus ineptitudes y fracasos. Más le vale tener cuidado. No hay que pisarle la cola al tigre, en especial cuando se tiene rabo de paja.