Mientras el Gobierno celebra cifras de vacunación, expertos alertan que el mosquito ya está en zonas donde antes no circulaba. La prevención, más que la reacción, debería ser el eje.
En medio del anuncio del presidente Gustavo Petro sobre las más de 540 mil personas vacunadas contra la fiebre amarilla y la disponibilidad de 3,7 millones de dosis, surgen voces que llaman a mirar más allá de los números: ¿se está actuando a la velocidad del riesgo?
La expansión del mosquito transmisor hacia zonas templadas y más altas, atribuida a los efectos del cambio climático, plantea un nuevo desafío epidemiológico para el país. “Hoy el virus amenaza regiones que antes estaban libres del vector”, advirtió el mandatario. Sin embargo, la pregunta que flota en el aire es: ¿por qué se reactivó una amenaza que Colombia había controlado durante décadas?
La fiebre amarilla tiene una letalidad cercana al 50%, mucho mayor que la del Covid-19, y según las propias palabras del presidente, ahora afecta a adultos mayores, una población históricamente menos vulnerable, pero también menos cubierta por campañas de inmunización previas.
Aunque el despliegue de 3.000 puntos de vacunación y la inmunización del personal de la Presidencia y la Fuerza Pública buscan dar ejemplo, la cobertura sigue siendo desigual en zonas rurales y poblaciones dispersas. Organizaciones de salud pública señalan que el reto no es solo contar con vacunas, sino garantizar acceso real, información clara y logística eficiente para que cada ciudadano en riesgo pueda llegar a tiempo a un punto de vacunación.
Además, el mensaje de que se requiere esperar 10 días tras la vacuna para estar protegidos no ha sido suficientemente difundido. Viajeros a zonas de riesgo y comunidades fronterizas podrían exponerse sin saberlo.