Sin pretender adentrarme en los intríngulis administrativos, financieros o de la composición accionaria de Transcaribe así como en sus otros muchos vericuetos que no han dejado que esta empresa preste el servicio con la calidad que esperamos los cartageneros, voy solamente a escrutar los bemoles referidos o vistos desde la óptica o la percepción de quien hace uso, casi obligado, de este, hasta ahora, deficiente servicio de transporte masivo.
Para el usuario, el drama comienza desde el momento en que decide o necesita recargar su tarjeta. Le toca soportar el martirio de las inmensas colas que de manera frecuente se producen en las estaciones motivadas por la lentitud en la atención que ocasiona el propio procedimiento que se emplea para hacerlo así como por la falta en el número adecuado de operarios para que atiendan. Por lo regular solo hay una sola persona para que lo haga, muy a pesar de las dos ventanillas habilitadas.
Pero el drama de la recarga no solamente se vive en las estaciones de parada; también se vive de manera cotidiana en los diferentes puntos donde se le ha dicho al usuario que también puede comprar pasajes y en donde además por lo general es imposible realizar la transacción por falta de línea. ¡La famosa excusa!.
“Sistema Integrado de Transporte Masivo de la ciudad de Cartagena: Transcaribe”, nombre que me recuerda, entre otras cosas, el del “tronco” de nombre que llevaban los tres salones del “Colegio Superior Departamental de Bachillerato y Carreras Intermedias Lácides C. Bersal, de Lorica” y que en su obra “El Flecha” inmortalizó el loriquero escritor David Sánchez Juliao; es decir, mucho nombre largo para tan deficiente servicio.
Dice el Portal de Transcaribe, y hasta sorprendente, que la frecuencia entre un bus y otro es de sólo cinco minutos en promedio. ¿Cómo les parece? ¡Absurdo! ¿Cuáles serán esos cinco minutos del flamante gerente Ripoll? Si para los que usamos el servicio, o mejor, a los que nos toca hacerlo, si nos va bien, tenemos que aguardar, por lo regular, entre treinta y hasta cuarenta y cinco minutos para acceder al bus de nuestra ruta, en los días ordinarios. Este suplicio al que nos somete el señor Ripoll se agrava si es domingo o festivo.
Pero algo verdaderamente inhumano y cruel es la vejación a la que son sometidos por parte de Transcaribe los usuarios que hacen uso del servicio en horas del mediodía y bajo candente sol canicular esperando que en los paraderos carentes de toda protección aparezca un bus del Sistema. Y no es menos el padecimiento de los resignados usuarios si es época de lluvias. Mientras todo esto ocurre, y los usuarios se quejan de manera reiterada, el señor Ripoll desconoce, no hace nada, y continúa maltratando al pasajero.
Otro bemol que hay que añadir a los ya mencionados, es el de la tolerancia de la empresa y la complacencia e hipócrita piedad de pasajeros por la mendicidad que jóvenes venezolanos, según ellos, vienen ejerciendo en el interior de los buses durante el trayecto. Unos expresan pregones lastimeros mientras otros cantan y hasta cuentan chistes. Y el señor Ripoll, ¡bien gracias!.
Ojalá y no ocurra, pero creo que no está lejos el día, si es que el señor Ripoll no toma medidas, en que al igual que en los “pringacaras” se venderá toda suerte de artículos, frutas, purgantes, pulseras en el interior de los buses del Sistema. Ya aquí hemos vivido esta experiencia con otras empresas que también fueron modernas.