No quiero echar más leña al fuego sobre las costillas de Vicky Dávila, quien fuera mi amor platónico y con quien conservo una foto (extraviada en algún rincón de mi PC) de cuando confluimos en un taller para presentadores en el set de RCN Televisión con Claudia Gurissatti y Juan Felipe Arias. Aún recuerdo- y tiemblo- cuando ella se me acercó para la foto y fue inevitable el roce de su cuerpo con el mío. Rogué en ese momento que la escena fuera eterna, aunque muriera en ella. Harán ya 12 o más años y ya tenía las caderas ensanchadas y esos senos de mujer que ha parido y amamantado, en la era que son más bellas y maduras. Y yo la amaba…
Cuando salió de RCN por el problema del señor de los anillos- que tiene un capítulo para novela en Sucre, cuando el entonces coronel Palomino y comandante de la Policía en esa zona, se hizo el de la vista gorda, mientras tomaba un cóctel en lo más alto de Sincelejo sobre una mata de mariguana- lo lamenté. Y me alegré al verla en las redes otra vez, con una cámara torcida, en precarias condiciones técnicas, pero con su cara bella y su cabello rubio que borraba lo demás.
Pero Vicky se ha enceguecido con el poder del micrófono, pasando el límite del equilibrio y la sensatez en un país polarizado cada día más, con una izquierda que camina por la vida como un ratón bodeguero- lo que no se come lo daña- y una derecha agazapada en la clase media que no quiere soltar la presa y disputa aquel huesito a como dé lugar, mientras los ciudadanos que nos hemos declarado independientes, sufrimos de las roscas, tanto de derecha como de izquierda. “la desigualdad no es económica sino tecnológica, es ideológica y política”, según manifiesta Thomás Piketty en su último librito (1.232 páginas) “Capital e Ideología”. No creo que Vicky se lo haya leído. Me da miedo calificar- he allí otro problema con nuestros periodistas- pero en Sucre hay por lo menos diez comunicadores que podrían cumplir un mejor rol que esta valluna.
En la sabanas eso que acaba de hacer Dávila en su columna del domingo (Me equivoqué) lo llaman María Ramos, osea por ponerla María Ramos, le pusieron la cagamos. Su perdón ni es humilde ni es sincero, en tal columna sigue braveando haciendo una correría por los nombres de periodistas que la lincharon después de la discusión con el peludo, incluido el maestro Juan Gossain, se justifica en el rosario de atentados a la ética de otros colegas, que no sólo le vendieron el alma al Diablo, sino que se enriquecieron ilícitamente. Como decía mi abuelo: el cagado no quiere ser solo.
Dávila, en su ego exacerbado, se declara inventora de un estilo, cuando se refiere a Camila Zuluaga ¿Què dirá Ortega y Gasset ?, cuando en la radio ya todos los géneros y estilos han sido expuestos, usados, mezclados y reciclados. Ya no hay géneros puros. Pero declararse creadora de un no sé que en la radio, es un irrespeto para Marcos Pérez, Juan Gossain o Yamit Amat, por solo señalar tres. Quizás se refiera al pelo rubio, porque después de ella el limitado ingenio de los directores de noticias usan monas según el año que transite, la mona del 2019, la rubia del 2020. Y así.
Esta crisis, porque las redes nos abrieron la cabeza, la disrupción digital, la convergencia de medios, o como se llame el fenómeno, nos tiene contra la pared. Si antes en las salas de redacción se controlaba toda la información ahora es todo lo contrario, nos desbordamos. O como diría Catalino Parra, quien se ha ido para la eternidad envuelto en una melodía gaitera: La vaina ya se formó. Y un ego desbordado, que puede ser este caso, también se ve en las regiones y en los círculos artísticos y literarios, donde imperan egos y roscas.
Habría que escribir un ensayo sobre la cultura del perrateo y de aquellos egos que se ponen bravos con todos. Nos quitan la palabra. Hay en el Caribe algunos periodistas muy buenos, pero que se han peleado con medio pueblo y con amigos de la universidad, por el simple hecho que esos presuntos amigos han dicho que hay otros que no han tenido la vitrina ni los grandes medios de comunicación en sus manos, pero que pudieran ser mejores.
No se puede disentir de nadie. Tienen que leer la industria del espectáculo de Vargas Llosa. Algunos prefieren la sabrosura, el confort de seguir bebiendo cerveza fría desde el jueves en las cantinas de Sincelejo que meterse en un Transmilenio (apretujados como sardina en lata) y a someterse a horarios rígidos, con la respiración del jefe a sus espaldas para subir a “la cumbre”. El resto que se joda. Y esto, como va, ya no tiene pies atrás. La idea parece ser que todos los periodistas seamos desprestigiados, que no haya ningún honorable, para entonces sí, justifica el golpe final.