El miedo al otro, al “vulnerable” crece aún más por imágenes como las de Bazurto, el mercado popular de Cartagena, a reventar de ciudadanos que no toman ningún tipo de distanciamiento social.
Otras imágenes las podemos ver desde las ventanas, con personas caminando por las calles sin tapabocas ni guantes ni calzado. Y aunque muchos miran empáticamente la situación de esas personas, que en búsqueda de conseguir alimento o un poco de dinero, se someten con vulnerabilidad a un posible contagio, otros también se preocupan por el inminente riesgo que esta falta de prevención supone para la propagación del virus en el colectivo, y por ende para sí mismos.
El temor al contagio ha escalado, lamentablemente, a generalizaciones y prejuicios para explicar los motivos de salida de las personas de “clase baja” -una etiqueta que urge sacar del diccionario popular-. En redes sociales, clásicos adjetivos despectivos como “ignorantes” “inconscientes” y “desordenados” se han reproducido con mayor velocidad que el mismo virus en las últimas semanas para describir el comportamiento de los ciudadanos de menos ingresos durante la cuarentena.
Estos adjetivos lejos de explicar la realidad, son el resultado de presunciones típicas de una sociedad de por sí clasista. Las razones detrás del desacato a las medidas y recomendaciones durante la emergencia sanitaria no son tan simples como algunos lo quieren pintar: Mercados populares como Bazurto en Cartagena no están llenos porque la gente sea ignorante.
Bazurto está lleno porque es donde están los precios más bajos. Si antes del COVID-19 la última encuesta del DANE en 2018, arrojó que el 27% de los colombianos ganan menos de lo necesario para costear los mínimos insumos, ahora que la economía está estancada para casi todos los sectores son más los colombianos que tienen que ahorrar cada peso para sobrevivir.
Tampoco podemos pedir que todos salgan una vez al mes para comprar el sustento, cuando casi la mitad de los colombianos viven de la informalidad (47.9% estima el DANE en las 23 ciudades principales y sus áreas metropolitanas) muchos de los cuáles viven del día a día, sin ahorros de ninguna clase. Y es por esta economía del rebusque que seguimos viendo desde nuestras ventanas vendedores ambulantes, mototaxistas, chatarreros y otros trabajadores informales desobedeciendo la cuarentena. Aunque ellos quieran quedarse en casa para proteger a sus seres queridos y a sí mismos, no tienen esa opción.
¿Y qué pasa con aquellos que salen, sin ninguna excusa válida, a poner en riesgo a los que obedecen las medidas?
Claro que han existido desacatos injustificados a la Cuarentena, pero estos hechos particulares no deben ser excusa para generalizar el comportamiento de todo un nivel socio-económico. No podemos concluir que la “clase baja” es ignorante porque hemos leído una noticia de que algunos individuos con pocos recursos se hallan aglomerado para tomar licor, o tildarlos de “delincuentes” y “desordenados” por algunos casos aislados de saqueos.
En vez de estigmatizar y generalizar, el llamado es a la solidaridad con la población más vulnerable frente al COVID-19 en términos de salud. Aunque el virus no discrimina por clase, en los barrios de menos recursos es mayor la precariedad en las condiciones de salubridad y alimentación, lo que permite una mayor tasa de preexistencias como obesidad, diabetes, desnutrición e hipertensión en sus habitantes.
Es por esto que no es una sorpresa que los fallecimientos, a medida que la cuarentena avanza en la capital del país, se concentren en las localidades de menos ingresos como Kennedy y Bosa. Una desgarradora realidad que se extiende a otras partes del país donde el virus acecha, como Cartagena, la ciudad con mayor pobreza entre las 7 ciudades principales de Colombia. Son muchos los que han entendido esta triste realidad y han tenido gestos solidarios con la población más vulnerable en medio de una emergencia económica que nos afecta a todos, desde participar con pequeñas donaciones monetarias hasta coser tapabocas para los más necesitados son algunas de las buenas acciones que he leído y oído, por parte de nuestros compatriotas.
Espero que la solidaridad le gane la complicada batalla a la estigmatización de la población más vulnerable en los próximos meses. No será fácil porque con la reapertura gradual de sectores como la construcción, el miedo al contagio crecerá y en las calles se verán a los obreros regresando caminando a sus casas y no a los ingenieros, quienes con mayores ingresos, tendrán -en su mayoría- acceso a vehículos particulares.
Esto podrá fomentar el miedo al “pobre”, a pesar de que algunos no lo queramos así. Sin embargo, creo que, si comenzamos nosotros, en nuestro círculo más cercano, a rechazar las estigmatizaciones de clase, aplaudir los gestos de solidaridad que tengan nuestros amigos, y emprender nosotros mismos, desde lo que podamos, acciones para ayudar al otro, estaremos dando un importante paso cómo colombianos para transformarnos en una sociedad donde trabajemos por la humanidad que todos compartimos y no con base a un concepto de clase que nos divide.