Escuchar las ideas, sugerencias y deseos de los estudiantes para mejorar las clases nunca ha sido tan necesario. La comunicación entre los maestros y alumnos en las aulas ha venido siendo, en líneas generales, unilateral -el profe es el que dicta el curso de la clase-.
Los espacios para que los estudiantes den retroalimentación a los maestros son pocos y limitados. Desde hace mucho tiempo, tanto estudiantes como educadores vienen perdiéndose las ventajas de que ambos actores participen en mejorar, adaptar y crear métodos de aprendizaje.
El maestro se ha visto relegado a construir por su cuenta clases y actividades sin saber muy bien que opinan los estudiantes al respecto. Antes, el profesor quizá podía basarse en su propia experiencia como alumno, aunque está generalmente difería mucho de la actual, donde la tecnología y la inmediatez de la información es la única realidad que las generaciones más jóvenes conocen.
Sin embargo, ahora la experiencia es totalmente nueva para la gran mayoría de alumnos y profesores. Y aunque ambos estén detrás de una pantalla, los desafíos de aprender y enseñar siguen siendo diferentes, por lo tanto, ahora, más que nunca, la retroalimentación debe ser bilateral -y hasta multilateral-.
Colombia se ha quedado atrás en la tendencia de países como Australia y Noruega, donde los estudiantes participan activamente en el desarrollo y la construcción de los métodos de sus enseñanzas.
Los países incluso le han comenzado a apostar a algo que se conoce como “Aprendizaje centrado en el estudiante”, donde el alumno tiene un rol activo en escoger el contenido a aprender, los métodos para hacerlo, y cómo serán evaluados.
Aunque todavía es una discusión hasta qué punto hay que incluir al estudiante en el diseño de su aprendizaje, no me resulta polémico que se le motive al estudiante a sugerir ideas para hacer su proceso de aprendizaje más efectivo: Después de todo, somos los estudiantes los que recibimos el conocimiento, y algo de idea debemos de tener sobre cómo nos resulta más productivo aprender.
En mi escuela completamos periódicamente formularios de retroalimentación donde los docentes nos preguntan qué podrían hacer tanto ellos como nosotros para mejorar el desarrollo de la clase. Creo que este proceso de retroalimentación, además de traer dinámicas más frescas y personalizadas a las necesidades de cada clase, es un proceso que me conecta con mi aprendizaje; pues cuando mi voz es escuchada, me siento más responsable de mi propia educación.
Un ejemplo de mi escuela fue cuando en algunas clases, a pedido de los estudiantes, los profesores integraron una pausa de unos 5 minutos para descansar la vista, recuperar la energía y la concentración en las sesiones virtuales de más de 90 minutos: tanto profesores como estudiantes se aliviaron de tener un pequeño descanso para recuperar el ritmo.
Así como mi Institución aprovechó este pequeño pero importante cambio a la metodología propuesto por estudiantes, estoy seguro que muchas otras instituciones se pueden beneficiar de abrir los espacios adecuados que le permitan al estudiante tener un rol activo en su proceso de aprendizaje.
Aunque técnicamente los estudiantes pueden enviar un correo y contribuir con sugerencias, esto raramente se ve; pues los más jóvenes no se sienten ni invitados ni autorizados a ser parte de la planeación de su propio proceso de aprendizaje.
En cambio, se necesitan estrategias que reconozcan la voz del estudiante. En mi escuela -y muchas otras- se usan formularios de retroalimentación, entregados periódicamente, donde a los estudiantes se le hacen preguntas como las siguientes: ¿Qué actividades usadas por el maestro te resultaron más efectivas para tu aprendizaje? ¿Qué contenidos encontraste menos interesantes? ¿Qué puede hacer el maestro para que participes más en clase? Esta clase de preguntas pueden guiar al maestro a saber qué estrategias le están funcionando y cuáles no, además de invitar al estudiante a entender, y aportar en los retos de la enseñanza.
Esta clase de formularios se pueden realizar a través de plataformas virtuales como “formularios de google”, donde se pueden habilitar las respuestas anónimas: cuáles son claves para una respuesta honesta del estudiante ya que el miedo a las represalias desaparece. Tanto a estudiantes como a los maestros les urge perder el miedo a conversaciones constructivas sobre los métodos educativos utilizados.
Ahora, más que nunca, los procesos de aprendizaje deben ser flexibles y adaptables a las particularidades de la enseñanza virtual. Debemos conocer las necesidades de tanto profesores como estudiantes para hacer más efectiva la enseñanza. Para lograrlo, todos los actores de la educación deben ser escuchados, especialmente, los receptores de la misma.
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