En Colombia se compite todos los días para demostrar quién es, o fue el más asesino, el más criminal, el que más masacró, más asesinó, más violó, más desplazó. Quien fue el que más corrompió, el más mafioso, el más cruel, el más corrupto; quien fue el que más patrocinó el crimen, el que más omitió, el más responsable de todos los responsables.
En tan suicida carrera, apretada por interminables acusaciones violentas, ninguno de los competidores llegará a su meta sin estrellarse. Todos responsables, por acción u omisión, señalará la bandera a cuadros en la meta, si es que la encuentran por tanta ceguera.
Es evidente: protagonistas directos de la violencia, desde tiempos pretéritos, justificaron con sus armas, hacer justicia criminal, cometiendo a su paso todo tipo de vejámenes; otros trasgredieron los límites de sus responsabilidades por ley, se aliaron con el enemigo de su enemigo, suministraron información de inteligencia a los paramilitares, les ayudaron por acción o por omisión; otros, apoyaron con dineros, con prebendas, pertrechos, puestos públicos, parrandas, entramados y con su silencio.
Todo está escrito; no hay nada más que inventar. Parte de la información la tienen juzgados, fiscalías, procuradurías, todo tipo de tribunales; nada completo; es un rompecabezas hecho a la medida de los intereses de cada cual; unir todas las versiones, todas los juicios engavetados, nos metería en otra frenética competencia de 50 años más.
Es hora de contar la verdad: La competencia inteligente debería ser, apostar a contar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, durante la confrontación armada.
La justicia transicional no los meterá entre rejas; nadie probaría el olor de la cárcel; eso sí, tendrían que ponerle la cara al país y ser juzgados, señalados por la sociedad más exigente e indignada del mundo; los medios de comunicación se frotarían las manos al escribir tantos nombres llenando decenas de páginas durante varios meses; las salas de redacción como un circo en frenesí, ruido y pasión, mientras la gente frente al televisor y la radio, cada vez más asombrada sin salir del estupor: un escenario incómodo pero necesario.
Quien finalmente se decida a ir a contar La Verdad, sentiría durante las primeras semanas, ruidos en los oídos como los tinnitus; pero luego vendría un mejor dormir, se liberarán las conciencias, se mitigarán las culpas y al final, en menos tiempo de lo pensado, podrán levantar cabezas, poner la mirada en el horizonte y continuar las vidas sin tan pesada cruz.
¡Pero qué lío dar el primer paso y hacer caso al papa Francisco!
Nos ufanamos de ser creyentes cristianos, pero no lo profesamos en La Verdad, el perdón y la reconciliación; siempre tendremos la excusa, de señalar al otro como el más responsable; jamás reconocer, porque nos ponemos al mismo nivel de quienes según nosotros, ganan con sobradas razones el calificativo de ser los más criminales, los más ruines, los más depravados, los más ideologizados, los más radicales; no podemos bajarnos de la ruidosa competencia, porque nos hierve la sangre: La Verdad se convierte, en una frenética competencia para no contarla.
Siempre encontraremos a quien echarle la culpa:
La incapacidad de reconocer nuestras propias responsabilidades, nos apaga nuestro deber de sensatez y reconciliación. El camino es perseguir, desprestigiar, culpar al otro, limpiar violencia y crimen con más odio, ganar aplausos con verdades sesgadas y ganar elecciones.
La Verdad es un valor fundamental de la sociedad; esencia de la comunicación interpersonal y social, columna que sostiene la confianza y el espíritu de cooperación; es necesaria para la reconciliación del país, porque es coherente con la dignidad de quienes más han sufrido por la violencia.
La Verdad es fundamental para recomponer el orden social porque rescata la dignidad; la extrema degradación del conflicto armado fracturó la confianza y el espíritu de cooperación de los colombianos y persiste la sensación de que quienes se aliaron con la barbarie, NO han contado toda La Verdad; por tanto, galopa la desconfianza, la sensación de injusticia, la justificación para más violencia.
Cuando los ex guerrilleros, los ex paramilitares, los ex agentes, ex servidores del Estado, los civiles terceros, cuenten La Verdad, toda La Verdad y nada más que La Verdad de sus barbaries, de sus alianzas criminales, de su apoyo por acción u omisión, se dará el primer paso para recuperar la confianza y el orden social.
Un testimonio:
“Bienvenida La Verdad, señor general, pero aquella que se haga sin sesgos ideológicos, sin fines vindicativos, sin querer limpiarle violencia a ningún actor; tampoco una Verdad que excluya de solución del conflicto a ningún actor”.
Estoy de acuerdo con estas palabras que me expresara Edward Cobos Téllez, conocido como Diego Vecino, y quien fuera jefe político del Bloque Héroes de los Montes de María[1]. (Condenado por Justicia y Paz).
Buena parte de los colombianos, quienes no apoyan el acuerdo de paz con las Farc, mantienen la percepción de que el sistema de justicia transicional, surgido de los acuerdos, no es diáfano; por tanto, es preciso hacer mayores esfuerzos para demostrar verticalidad y ponderación.
Al final, la competencia frenética si debe existir, pero sobre la pista que conduce a contar toda La Verdad por cruda y penosa que sea. Es la mejor ruta para pasar esta página de confrontación bicentenaria, a ver si nos ponemos serios, para trabajar en equipo y desarrollar el país.
Los sacrificios de los colombianos, exigen testimonios de Verdad; hemos recorrido un camino lleno de violencia; es tiempo de contar La Verdad; a nadie se le exige contar algo que no haya hecho, Sí se le pide que descargue La Verdad que necesita el país. Del pasado turbado, se encarga la misericordia de Dios; del presente se encarga la gracia de Dios.
Las Autodefensas al mando de Diego Vecino, fueron combatidas con rigor por tropas de infantes de marina, en cumplimiento a su deber constitucional y en apoyo a las comunidades de los Montes de María, que sufrieron los embates, la violación permanente a sus derechos humanos, por estos grupos. Al final de la batalla contra las Auc, en esta región, el alto comisionado para la paz de entonces, Luis Carlos Restrepo Ramírez, las convocó en el corregimiento de San Pablo, municipio de María la Baja, donde fueron desarmadas en junio de 2005.