Si la felicidad PLENA pudiera comprarse, no tendría tanto peso en el mercado personal al que recurrimos a diario, para encontrarla. Un estado ideal del ser, que no podrían conseguir ni los multimillonarios dedicados al deleite de los placeres.
Algunos filósofos, exteriorizaban que la felicidad estaba en el deseo satisfecho. Siempre buscada, a través de los pequeños placeres particulares. Y, que los elegidos por el dinero alcanzarían este preciado bien, al darse gustos materiales, incalculables.
La filosofía materialista, que ubica al consumismo como parte esencial de la felicidad, no es real. Adquirido el bien deseado, no tardamos en perder interés en él.
El poder adquisitivo, cierra los ojos a la realidad de la pobreza, situándose sobre el bien y el mal, pero la necesidad de que la poca felicidad que regala lo material se sostenga, conduce a un constante despilfarro. En ocasiones, al pensamiento de falsedad firme —Todo lo que se exterioriza a nuestro alrededor, es hipocresía—. El materialismo, se olvida del sujeto, de las ideas, de la fortaleza de espíritu y mata la ilusión.
El consumismo, es una satisfacción idealizada por la publicidad, manipulada por el sistema, que no eterniza la felicidad. No deberíamos permitir, que la codicia nos domine. La codicia, no respeta fronteras, anula nuestros sentidos y puede llegar a destruir nuestros valores y provocar nuestra infelicidad.
Según Platón, orientar nuestras vidas a pensar más y con más lógica, antes de actuar, sería un compromiso que le deberíamos regalar a la vida para conocernos mejor, pero no tenemos el carácter ni la firme disposición interior de la que disponían nuestros antiguos pensadores. Se refería Platón, según mi criterio, a no dejar de ser uno mismo, a vivir de verdad, a olvidarse de los complejos impuestos por la sociedad y a engrandecer los momentos con pensamientos pacientes y reflexivos, que ayuden a soluciones positivas.
El positivismo, es una inyección de fuerza constante, que nos empuja a vivir con ilusión y a comprender, que la palabra mundo, no lleva implícita la palabra bienestar. Tarea familiar, que debería empezar en la niñez.
No pocas veces, añoramos un mundo donde todo fuera felicidad, donde los sufrimientos no existieran. Ni siquiera la muerte. Imaginándonos, eternamente felices. Al no tener otro mundo con qué comparar, deberíamos dejar estos sueños y divagaciones dañinas de lado, y olvidar los enfrentamientos diarios con el creador. Encontrar dentro de las dificultades, la mejor oportunidad, es saber vivir. Allí está el reto: existir sin rencores. Esto, ayudaría a caminar más rápido.
Las contradicciones internas, contribuyen a destruir nuestro bienestar, extraen la representación demoledora de nuestra vida. Exijámonos un enfoque, un cambio. La empatía, la confianza, la solidaridad, el amor, el buen desear, ayudan a despejar el camino: encontrar los colores con los que desearíamos pintar la felicidad. Sería un reto difícil lleno de expectativas embarazosas, pero que no deberíamos abandonar.
Alguien dijo: “No es justo sufrir, por no poder salir volando por la ventana.”