Nunca he sido partidaria de la “Democracia” astuta norteamericana. Más bien, una crítica en desacuerdo. He admirado eso sí, a importantes personajes de su historia cómo Eleanor Roosevelt, Martin Luter Kim, John Fitzeerald Kennedy, Malcon X, y Barak Obama entre otros defensores de los derechos humanos, que han luchado por mantener el estatus de “potencia mundial” de ese país hasta hoy.
Esta Nación, abrió en 2016 los brazos a Donald Tramp. Personaje, que con empuje de Fred Trump su padre, hoy es considerado uno de los hombres más ricos del país. Un ser nefasto, para una sociedad orgullosa de sus valores y del poder que representa y que este “señor” ha ido tirando al contenedor de la basura, durante su presidencia.
En junio de 2015, cuando oficializó su candidatura para las elecciones presidenciales del 2016, fue el candidato favorito en las primarias republicanas. Era un elemento extraño, diferente. Sus comentarios en las redes sociales y durante la campaña electoral eran polémicos o considerados falsos, pero tan alejados de lo vetusto, que ilusionó. Su campaña obtuvo una cobertura sin precedentes, que provocó una enorme curiosidad mundial.
Elegido para destruir (parece), convirtió su mandato en un show, que ha dejado atropellos, muertes, dolor e insensibilidad total. Su política de cero tolerancia ha marcado una profunda huella en el sistema migratorio, disparando las desigualdades sociales y raciales.
Sus actitudes xenófobas se dispararon cuando en 2011 exigió a Barack Obama, que demostrara su condición de estadounidense. Y, dada su monomanía, culpó a negros e hispanos de casi todos los crímenes violentos. Los inmigrantes mexicanos eran violadores y narcotraficantes. Propuso construir un muro fronterizo. Expuso la deportación de once millones, expulsó a 10 mil inmigrantes durante la pandemia, redujo becas, entradas al país y atacó a los medios que cuestionaban su programa.
Su personalidad ególatra, sus dudosos escrúpulos, su pensamiento crecidamente conservador y sus declaraciones fuera de tono, lo convirtieron a partir de 2005, en el personaje más polémico del país.
Ese mismo año, se casó con la modelo Melania Kanauss (su tercera esposa), y protagonizó el reality show de competencia por un contrato para dirigir alguna de sus empresas. Fue reconocido entonces, como el self-made man norteamericano (hombre que se hace así mismo). Hoy, atrincherado entre cuatro paredes, le salió la cobardía disfrazada de imperialismo que desde el inicio de su legislatura había mostrado. Endiosado, hizo de su gobierno un despropósito, con la arrogancia de un cómico insulso sin gracia, que produce asco.
Se equivocó. La política debe estar alejada de los concursos de belleza, y de la frivolidad. Capacidad para agrandar su fortuna (gracias a las enseñanzas recibidas), le sobra, pero no para gobernar con seriedad los Estados Unidos de América. En ocasiones su personalidad fatua y sus dudosos escrúpulos, lo convirtieron en uno de los personajes más refutados del universo.
En definitiva, un hazmerreir de sonrisa hipócrita, que olvidó sus orígenes. Un cantamañanas acomplejado que omite que su madre Mary Anne MacLeod, de principio humilde, gracias a un golpe de suerte conoció a un comerciante astuto emigrante como ella, que la elevó a otro estatus.
Tramp, es un hombre dañino, mal ejemplo para muchos seguidores y el mundo, que apuntó sus dardos venenosos hacia los necesitados.