En las noches visitaba la casa de Don Méndez a escuchar a Vitín Avilés e imaginar que les decía a las peladas mayores: “porqué jurabas que me amabas sin sentirlo, cuando enredabas mi cabello con cariño; pudiste haber parado a tiempo con decirme: mira niño, es un juego y nada más”.
Y sé que no lo van a creer, pero sentía, no despecho o tusa, sino como si ya hubiese vivido cantidades de amores; creo que el viejo Méndez, mientras yo soñaba a solitario de burdel, él recordaba sus fracasos de amor y algo se me pegaba. Pero, dos discos adelante, los dos nos desquitábamos del infortunio. Él, de los viejos fracasos; de los imaginarios, yo.
En esa canción, la del segundo “LP”, veía a la hija del brasilero pasando con otro de la mano. Y, con “Temes”, recobrábamos valor y levantábamos cara: “temes que yo diga un día, en cualquier esquina, que tú fuiste mía en una aventura donde no hubo amor; brindo con silencio mi homenaje triste, al ayer de besos, que pasó y no existe; nunca diré nada, prosigue tranquila con tu nuevo amor”. Y nos sentíamos bien, porque comenzábamos hablar de fútbol, pesca y cosas de hombres.
Con esa experiencia prestada por la música de los viejos, sabía que hay dos fracasos de amor; aquellos que llegan sin que el hombre pueda hacer nada y duelen como un puño en la cara, sin aviso de pelea; y aquellos que presientes venir y puedes mitigar con algo de orgullo. No había de otra.
-Javi, tú tienes que echarla primero; ni por el hijue que sea ella quien te zafe.
En medicina, esa estrategia, se llama control de daños. Un paciente por trauma, en estado crítico, se opera, y no cerramos el abdomen, se deja abierto, como un sapo de laboratorio, para poder ir controlando las lesiones. Muy parecido a los amores violentos. No se intenta arreglar todo en la primera cirugía; toca de a poquitos.
Cuadramos el plan. Javi listo a mi señal para que abordase a Marta a la salida, y ella no lo viera a él primero. La muchachada esperaba hambrienta ese encuentro; desde mi ubicación, la novia daba la impresión de venir en cámara lenta, y entre buscar el momento de dar aviso y pensar que era hermosa, desapareció el tiempo…
Cuando reaccioné, Javi ya había abordado a Marta, sin permitir que ella, al menos, lo saludara. Sus espaldas anchas cubrían la imagen de la novia; me corrí hacia adelante y al lateral derecho, y pude ver la cara de un ángel mirando hacia arriba en son de pregunta: ¿qué pasa? Javi no le dio tiempo a que los labios de Martica se movieran.
-Marta, esto se acabó entre nosotros; me oíste, ya no quiero ser tu novio.
Marta, estática; el castaño de su cabellera se intensificó hasta el punto de ser rubio por el contraste de la palidez del rostro, se cruzó de brazos y allí permaneció bajo la mira y las burlas de la muchachada. Javi apenas terminó de pronunciar la última palabra, no vio, dio la espalda, aprovechó que sonaba el timbre y como un patinador en zig zag, se perdió entre la manada que salía por el portón del colegio. La ex novia, como una estatua; ya, a una corta distancia de ella, vi sus ojos verdes sin asomo de lágrimas, pero con un ligero tinte de desconcierto. Al momento, unas amigas como leonas la rodearon para protegerla. El rio de estudiantes iba fluyendo con miradas maliciosas, sonrisas; y no faltaba el de la carcajada y …
- ¡te echaron monita!
- Las amigas intentaban lamer las heridas con palabras que nunca olvidaré.
- – Eso te pasa por meterte con uno mayor.
- la otra decía
- -y bien feo que es.
- -No te preocupes, ése no consigue una novia como tú ni en la otra vida…
Se fueron retirando las amigas y Martica se quedó sola, giró y me vio directo a los ojos con una fuerza que me dejó quieto donde estaba. No pude mover ni los labios. Paso por el lado mío, sin ánimos de parar y dijo,
- -Hola
- Respondí
- -hola
La vi perderse entre el tumulto que salía por el portón del colegio en forma de un embudo invertido.
Esa semana Javi, entre nosotros, caminaba pecho alto, mirada firme y a Martica la veía sentada en compañía, máximo, de dos amigas, mirando cuadernos; y la observaba cuando recogía su cabellera del lado derecho para llevarla atrás de la oreja; en ocasiones, alzaba la vista y coincidamos en nuestras miradas, que acompañamos de un que otra sonrisita de ganas indecisas…
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