Muchos pensamos, de niños, en algún momento, ser Policías. En nuestros juegos, las discusiones eran sobre quiénes iban a ser los Policías y quiénes los bandidos. Que recuerde, un sólo amigo de infancia era el único que no deseaba ser Policía y era el primero en pedir: ¡a mí me dejan en el equipo de los bandidos!. Hoy, es un respetable abogado.
Ser Policía, en la infancia, es algo que la psicología no consigue explicar de una forma consistente. Y, en estos juegos había una regla que todo niño seguía al pie de la letra y que no era impositiva, al contrario, se daba de una forma natural.
Al encontrar a un niño del equipo de los bandidos, por ejemplo; alguien sorprendido por la espalda y que no se dio cuenta de que lo habíamos descubierto en su escondite, se le gritaba: ¡alto, manos arriba o disparo! El niño bandido tenía las alternativas: se rendía y podía jugar en la siguiente ronda, o intentar, como un vaquero del viejo oeste, hacer un movimiento rápido y disparar antes que el niño Policía; la prueba era el mojadito de la ropa que dejaba la pistola o el rifle de agua, ya fuera en el Policía, o en el niño bandido.
El muerto por el chorrito de agua debía esperar toda la ronda, generalmente cuatro partidos, para volver a jugar. Por eso muchos preferían rendirse, ante el ¡Alto, ríndete o disparo!, ¡manos arriba! y Ahora, viene lo curioso de la ética infantil: el bandido no era obligado a decir ¡alto, ríndete!; podía disparar sin advertencia.
Si ustedes lo recuerdan, había cierta hidalguía, algo remanente de la nobleza de los caballeros, como Amadís de Gaula. Los niños que eran del equipo de los Policías mantenían ese honor y nobleza de estar en cierta desventaja caballeresca de no disparar hasta decir: ¡manos arriba! ¡ríndase o disparo¡.
A ningún jefe del grupo de los Policías se le ocurría decir: ¡miren, vamos perdiendo una ronda; si perdemos la otra, estamos fritos y nos ganan! Por tanto, ahora nadie grita ¡alto!, ¡manos arriba!, ¡ríndase, o disparo! No, nada de eso; disparamos de una, sin dar alerta; así les ganamos.
Esto que los niños hacíamos de forma natural, los adultos lo reglamentaron de una forma clara en el juicio de Núremberg, cuando los militares nazis fueron juzgados. A partir de este juicio, ningún militar podrá esgrimir que recibió órdenes de sus superiores y por ello cometió delitos. Desde Núremberg está reglamentado que los militares tienen que cumplir las órdenes de sus superiores siempre que estas estén dentro del marco de la declaración de derechos básicos.
Nuestra Policía Colombiana es hija de los principios franceses, de su elegancia y gallardía. Su primer director, Marcelino Gilibert, francés, curtido en batallas, hombre de sobrados méritos militares, escogió 450 hombres por poseer “maneras cultas y carácter firme y suave”, como lo escribe el autor Mario Aguilera Peña.
La Policía colombiana nace con la característica de la nobleza, de los ideales de los caballeros y la gallardía francesa, disculpen repetir: «hombres de maneras cultas, carácter firme y suaves».
No se puede atacar a toda la Policía colombiana por algunos integrantes que nunca entendieron que ser Policía es enfrentar a los bandidos con la desventaja de ser noble y gallardos, pues son precisamente esos principios, los que los convierten en el equipo de los buenos. Y, nada de palabras de sabihondos; la mejor, la de los niños: son del equipo de los buenos y deben gritar ¡alto!, ¡manos arriba!, ¡ríndanse o disparo! Y no al contrario, como los bandidos, disparan sin decir palabra alguna.
Es el precio de ser Policía, como el precio del médico, que se puede enfermar de lo mismo que su paciente. La inmensa mayoría de Policías mantienen esos principios. ¿Cómo olvidar aquel Policía que se negó a desalojar familias sin techos propios?.
No podemos igualar bandidos a Policías; es el precio, hermanos Policías, y es recuperando sus orígenes que el más humilde de todos podrá decirle a cualquier General: no, mi General, soy un Policía y no un bandido; estoy en desventaja, lo sé; eso es lo que me hace Policía. Honor y Gloria a los verdaderos Policías.



